Angustia existencial

Polidoro Villa Hernández

Se mata el tiempo de espera en consultorios médicos, ojeando revistas de farándula, así tengan cinco años de antigüedad y, cosa insólita, estén ausentes de sus páginas fotos vistosas de bodas y ágapes de desplazados del Chocó. En estas publicaciones iluminadas por risas y risitas de “mi gente linda, mi gente bella”, resalta el lujo, la ostentación, el derroche, y los paparazzi develan sin piedad las miserias de la plutocracia terrenal, porque al decir de la riquísima Cristina Onassis: “Soy tan pobre que sólo tengo dinero”.

Tema reiterado: comparar rostros famosos: ‘ayer y hoy’. Asombra encontrar a la modista Donatella, ayer atractiva y elegante, hoy con rostro desfigurado por toxinas costosas, como si las usara por canecas de 55 galones. Ni para qué recordar a Michael Jackson. En manos profesionales, y cuando se necesita, la cirugía plástica, reconstructiva o estética, hace milagros, pero convertida en adicción y como requisito para ser bella, es funesta. Una cosmetóloga que por oficio disimula con maquillaje daños faciales de sus clientas por exceso de vanidad, dice que parecieran haber sido ‘embellecidas’ por el doctor Henry Frankenstein.

Otro indicador de subdesarrollo –además de los índices socioeconómicos conocidos- debería ser la visión negativa que tienen los tercermundistas sobre su autoimagen corporal. Buscan el imposible de ser iguales a quienes nacieron y se criaron en la cultura del trigo y olvidan las mágicas fortalezas del haber nacido en la cultura del maíz. Quieren conseguir una falsa juventud facial, aunque por dentro los roe la carcoma ineluctable de los años. Sueñan con una cirugía cosmética como anticipo del cielo.

Próspero negocio, la publicidad idealiza el bisturí estético y estimula el gasto de millones de obsesionados por verse hermosos. Aunque existen extremos de horror: perturbados que quieren tener orejas de elfo; excéntricos que, como Hellboy, quieren ponerse cuernos en la frente, –aunque con una novia casquivana les saldría más barato-; lengua bifurcada dizque para besar con más placer; y hasta conversiones en mujer gata y hombre cocodrilo. Mundo trastornado.

Ojalá nuestra generación esté ya coadministrando el paraíso, cuando llegue para féminas y drag queens el futuro implante de tacones aguja en los pies: una barra de acero en forma de tacón, cubierta toda por la delicada piel femenina. Mejor sería que con la sofisticada unión de bioingeniería, biofísica, cibernética e inteligencia artificial, y los avances en implantes de vejiga, ética, corazón, honradez, hígado, y altruismo, lográramos armar ciborgs con cerebro de patriotas, probos, y con sensibilidad social, para posesionarlos como funcionarios públicos. La lástima es que esto no va a lograrse antes de elecciones. Mientras tanto, roguemos por la ventura de los ilusos seres humanos que buscan rellenar sus frustraciones existenciales con botox, siliconas, aceite mineral, o de cocina.

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