Mater Admirábilis

Polidoro Villa Hernández

Ruda esta sociedad materialista, donde hasta los sentimientos sublimes se mercantilizan. Por estos días, una machacona publicidad pregona que el regalo que colmaría de felicidad a una madre es ¡una lavadora digital de 22 libras! Por algo una vecina, santandereana con los zamarros bien puestos –y perdón por esta figura retórica-, pidió a sus hijos no regalarle cosas que, al final, eran para ellos.

“Ustedes saben –les dijo-, que yo no me seco el pelo con una aspiradora, ni llevo como cartera una olla a presión; ni me pongo una sartén de sombrero, ni me tibio las manos en unos guantes para mover ollas calientes, ni me depilo con una batidora de inmersión; ni me abrigo con un ‘bello tapete’ para la entrada. Tiemblo al pensar que en poco tiempo, sí comiencen a traer cosas para mí: un caminador, silla de ruedas. En adelante, denme solo abrazos.”

El rendir homenaje a persona tan sagrada ¡un solo día al año!, tiene tufillo machista, porque a pesar de las fervorosas cruzadas de los colectivos feministas, la Fiesta de la Madre, además de expresar agradecimiento a la progenitora por su entrega y sacrificio con regalos-enseres, sirve para estimular su impulso para que continúe hasta el final en lo mismo: servir a los hijos. La grandeza materna acepta siempre con gozo el compromiso.

Un ocurrente cura amigo, ya fallecido, argüía que en justa lógica los hijos deberían llevar el apellido de sus madres, porque en la concepción el papel casual del hombre era de simple donante de material genético, que luego se reducía a ser parco proveedor, bebedor de cerveza y espectador de juegos de fútbol por TV. La madre, en cambio, programada biológicamente, creaba con su voz y los latidos de su corazón una poderosa conexión con el bebé durante nueve meses, que duraba toda la vida y se robustecía con sus cuidados.

Por eso, la veneración por la madre genera las primeras reacciones violentas de los niños contra quien emita la palabrota que insinúe desdoro por ella. “Echar la madre” es una grave afrenta que pide castigo aunque no se conozca la dimensión del término. Esto motiva para que en el futuro los árbitros de fútbol sean robots, inmunes al estrés que causan miles de ‘madrazos’.

Abundan en soledad las madres admirables, sobrevivientes a la viudez, a las canciones lacrimógenas, poesías ferósticas y serenatas ramplonas, en un mundo saturado de medios de comunicación, pero a quienes sus vástagos sólo recuerdan hoy. Si acaso. Es la historia recurrente de la mujer que puede cuidar cuatro hijos, pero ninguno de ellos la cuidará cuando envejezca.

También en este día hay cosas curiosas: Un amigo bogotano que tiene como educados y amistosos vecinos de apartamento a una pareja gay que adoptó legalmente una niña, está dubitativo: no sabe a cuál de los dos debe felicitar “…en este grandioso día”. ¡Cosas del posmodernismo! Buen día, madres.

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