Chispazos del progreso

Polidoro Villa Hernández

En este despiadado presente donde tantos piensan que los viejos son solo una cifra estadística estorbosa que solo genera gastos médicos y que por vivir mucho les dilatan ‘injustamente’ el goce de la herencia a sus ávidos herederos, resulta estimulante alternar con los cuatro sobrevivientes de una promoción de bachilleres de 1956, lúcidos profesionales a quienes las decepciones nacionales volvió incrédulos, que se gozan el diario vivir y declaran, sin drama, que la muerte es una liberación.

En su “aquelarre” del miércoles –así llaman su hebdomadaria reunión para jugar cartas-, surgió el sinuoso tema: ¿Para qué nos ha servido eso que llamamos “progreso”?. “Pues para nada –dijo irónico el más ‘joven’-, mi hermano menor, que se destacó en política, cuando le sugerí que se pusiera a trabajar en algo decente, me juró que su partido solo buscaba el progreso de los pobres. Se lo llevó un infarto y, sí, cada día progresa más el número de pobres”.

“Convencido evolucionista como soy –aportó el viudo del grupo- estudié y creí que el hombre alcanzó su mayor progreso con la gallarda locomoción bípeda. Pero esta semana me pasmó mi primo fisioterapeuta, al señalar que mis problemas de espalda, pies doloridos y lesiones de rodilla, son secuelas de los defectos de diseño y adaptación de cuando nuestros ancestros decidieron andar erguidos. Le pregunté que si todavía anduviera en cuatro patas con un airoso rabo largo, entonces no tendría estos dolores. Contestó sonriente: ‘probablemente, no.’ Este progreso evolucionista me tiene con bastón”.

“Cuando fui boy scout –contó otro- me inculcaron que progreso significaba ir hacia adelante, era estar siempre listo. Luego, en la universidad trajiné con el tema de la Revolución Francesa como símbolo de progreso, afín a los movimientos de izquierda, en contraposición a monarquías y dictaduras totalitarias. Viendo ahora que líderes de izquierdas y derechas tienen idénticos apetitos burgueses y arruinan países con sus farsas ideológicas, perdí la fe en la palabra progreso. Regresión es lo que estamos viviendo”.

Anota otro: “Pues tampoco llamo progreso ver a los menesterosos niños indígenas que bailan descalzos en nuestras calles por míseras monedas, cuando deberían estar en un centro educativo recuperando su cultura. Me han hecho reír toda la vida los pretenciosos indicadores del PIB y el Crecimiento Económico, cuyas gélidas cifras no alcanzan a medir la efectividad de la redistribución de la riqueza, ni el bienestar y desarrollo de la comunidad. Además, si hubiéramos progresado no seguiríamos matándonos”.

Terció el finquero guasón: “Ustedes serán muy técnicos y sabihondos, pero yo sí creo en el progreso. Antes las vacas las llevábamos al matadero arriadas, caminando. Hoy las llevamos en camiones. ¡Y dejen de mirarme así que lo que digo no es una analogía con las próximas elecciones!”.

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