Posmodernidad familiar

Polidoro Villa Hernández

En esta cadena de celebraciones de madre, padre, abuelo, que convoca -a veces solo por relumbrón- a expresar cariño y a reconocer ¡una vez al año! lo que seres especiales hicieron y hacen por nosotros, gestos que deberían ser cotidianos, persistentes y recurrentes, pero convertidos ahora en un agite público de esporádico sentimentalismo armado para una sociedad de consumo a la que más que móviles altruistas la incita la publicidad mercantilista, se palpa cuánto han cambiado lealtades, afectos y cercanía familiares.

En un restaurante -porque esas celebraciones casi no se realizan en los hogares-, una madre subía el tono lastimero por su celular: “Mijito, ¿entonces tampoco pudiste venir este año? ¡Ya son cuatro años sin verte en este día de la madre…! Los casuales oyentes pensaron que “mijito” estaba en la lejana Australia, pero no, maneja una granja avícola en Fusagasugá. Negocio y distancia ‘mata’ afectos. Aislamiento moderno es la llamadita, el WhatsApp, que reemplaza cualquier anhelada presencia.

Ambiente y roles del núcleo familiar han variado. Celebración con seis parientes, es ya multitud. Bueno para el medio ambiente: cesaron las madres prolíficas de 18 o 20 retoños, progenitoras que, se dice, los hijos mayores escondían cuando regresaba fogoso el papá de un viaje. Y la reincidencia matrimonial crea ahora familias singulares dónde todos aportan hijos: ‘Los míos, los tuyos y los nuestros’. Y es el hombre el encargado de las labores domésticas.

Los que se conmovieron con la trama de la exitosa serie de TV “La familia Ingalls”, años 70’s, modelo de familia perfecta que habitaba una granja en Kansas, todavía recuerdan, burlones, las empalagosas escenas en que todos ‘lloraban a moco tendido’ porque a uno de los niños lo picó un zancudo. Esa solidaridad intensa no se ve ya ni en películas. Ahora, el temor de cualquier viejo moribundo es que un ‘ser querido’ y potencial heredero, le pise ‘accidentalmente’ la manguera del oxígeno.

Por los horrores del entorno, es evidente que en este país con incierto futuro en su desarrollo, que lo desintegra social y económicamente la corrupta politiquería, la familia, base de la sociedad, en cuyo seno germina lo bueno y lo malo de la patria, está en crisis. Y no se oyen discursos preelectorales que propongan ideas para su preservación y bienestar.

Madres incorporadas al mercado de trabajo cuyos hijos no crecen a su lado, abandono de los hijos por sus padres, mendicidad infantil, madres sin cónyuge, hijos sin padre, separaciones y divorcios, desplazamientos forzados, sórdidos ambientes de pobreza, drogas en los colegios, embarazos precoces, rechazo a la autoridad paterna, pocas oportunidades de trabajo para quienes terminan una carrera, reclutamientos para actividades delictivas, todo agrede las familias.

Toman ventaja las “Familias mafiosas” del crimen organizado, esas sí solidarias y comprometidas con sus miembros y con metas colectivas torcidas, pero claras.

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