Semana de reflexión

George Wallis

Nuestra herencia católica nos lleva a celebrar todos los años, por mandato legal, dos días ‘santos’. El solo hecho de que este derecho se haya extendido a todos los colombianos, creyentes y no creyentes, cambió el carácter de la celebración de una experiencia casi mística de reflexión a otra cosa totalmente distinta.

En realidad, para rezar y meditar, los verdaderos fieles no necesitan días de asueto. Veo a mis compañeros de trabajo, por ejemplo, hacer un esfuerzo adicional, para cumplir los ritos religiosos del Miércoles de Ceniza. Quienes lo hacen, lo hacen con devoción y muchos de ellos también practican penitencia y ayunan. Para ser justos, creo que solo ellos merecerían una licencia para asistir a los oficios de jueves y viernes santos.

Pero es que, socialmente, la Semana Santa ya es otra cosa. Nadie duda de que esta época es un acontecimiento lúdico, con implicaciones económicas y laborales de dos días -de bien ganado descanso para la clase trabajadora-, extensible a toda una semana, en particular para las clases privilegiadas.

Sin embargo, ni a mí ni a nadie en sensato juicio se le ocurriría cuestionar la validez de estos festivos legales, aunque poco teman ya a la Iglesia. Millones de colombianos, cientos de miles de pymes, se benefician en sus bolsillos de esta Semana Santa. Y cientos de miles de colombianos impulsan la economía –en particular de lugares tan ‘santos’ como San Andrés, Santa Marta y San Gil, por mencionar algunos.

Y no soy predicador frustrado. No obstante mi posición crítica sobre la desnaturalización de esta festividad y sus derechos históricos, pienso objetivamente que es beneficiosa para la sociedad.

La economía de provincia se mueve, con el aporte de ocho millones de exasperados bogotanos y habitantes de las grandes urbes, que hacen lo posible por darse un respiro. Las familias en general se unen en unas cortas vacaciones y los católicos, o los verdaderos practicantes católicos que aún quedan, encuentran espacios para practicar su fe. Todos ganamos.

Aún así, creo que rescatar algo del espíritu original, de santidad y misticismo, nos llevaría a aprovechar mejor estos espacios vivenciales. Si tan solo aprovecháramos para pensar en un ser humano y divino, como debemos ser todos en alguna medida... Si pudiéramos sentir compasión por ‘todos’-más allá de nosotros mismos, nuestros padres e hijos, nuestra familia y nuestros copartidarios y correligionarios-. Si pudiéramos sentirnos hermanos del pobre, del fracasado, del pecador, del que es diferente a nosotros, hermanos de la humanidad en fin, ganaríamos mucho más que el dinero o el descanso laboral. Hagamos lo que hagamos en estos días, buscaríamos un verdadero espacio para la compasión, la verdad y la rectitud en nuestras vidas, que fue el gran ejemplo de Cristo.

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