¿El Día sin carro, arbitrariedad o evolución social?

George Wallis

No es fácil ser objetivo cuando uno mismo es el afectado, cuando nuestra vida se complica por decisión unilateral de otro, que nos habla de justicia o conveniencia social. La creciente conciencia ecológica, la necesidad política de sintonizarse con las masas de votantes, y la crisis de movilidad generada por las fuerzas del mercado en casi todo el país, han llevado a la proliferación en Colombia de decretos de ‘Día sin carro’.

El dilema es enorme e incluso reconocidos pensadores de centro izquierda, como Salomón Kalmanovitz, empiezan a renegar de la izquierda. En una reciente columna de ayer, en El Espectador, Kalmanovitz se queja amargamente del ‘fracaso de Petro’ en Bogotá, básicamente golpeado por la repetición del ‘Día sin carro’. Dice el economista: “La movilidad ha colapsado no sólo porque el alcalde se declaró enemigo del carro privado, sino porque ha permitido el deterioro de la red existente”.

Queda claro, tras la lectura anterior, que Kalmanovitz y Petro representan dos tendencias socioeconómicas muy distintas. Si queremos entender a Petro, no es cuestión de ignorancia de las tozudas cifras citadas por Kalmanovitz. El alcalde sin duda es arbitrario, pero no creo que estúpido ni ignorante.

Pero, al igual que Kalmanovitz, muchos comerciantes representados por Fenalco aseguran que sus ventas caen durante el día sin carro. Por supuesto los más directamente afectados, son los empresarios de combustibles; ellos dicen que dejan de recibir 2.000 millones de pesos, pues cerca de 1.5 millones de vehículos y 400.000 motos no salen a las calles.

Sin embargo, la polémica no es exclusiva de Bogotá. En Medellín, Aníbal Correa parece sintonizado con Petro. También parece suceder lo mismo con alcaldías como la de Bucaramanga y Villavicencio. En esta última ciudad, los concejales Alexánder Baquero, Walter Cock y Marco Aurelio López no comparten la posición de los comerciantes argumentando la mejoría del tráfico vehicular, la pureza del aire y el ahorro en gastos como gasolina y parqueadero. Esta idea de los ‘días sin carro’, parece ser entonces una fuerte tendencia política nacional.

El fin de esta historia lo veremos en 20 o 50 años. Tal vez llamemos a Francis Fukuyama para que nos lo prediga. Por ahora, solo se me ocurre pensar que el tema no debe ser bandera de la izquierda. Lo que sí podemos discutir con claridad es si nos gusta el modelo de imponer soluciones arbitrarias, acelerando procesos sociales sí, pero creando polarización innecesaria. O si preferimos, a pesar de sus defectos, el modelo de las decisiones democráticas y el respeto por las leyes de la economía. Ojalá la revolución naciera de la conciencia de todos y no de nefastas tragedias económicas que genera la izquierda en estos bolivarianos países. ¿O no, comandante Aurelio?.

Comentarios