Hefner, el maestro librepensador y el decadente

George Wallis

Casi cuatro meses antes de que naciera mi padre, tataranieto del médico Wallis, nació en Chicago Hugh Hefner. Era un día de abril de 1926 y en los años siguientes los dos serían educados en el seno de unas familias súper-conservadoras y muy religiosas. Mi padre, un espíritu sensible que hizo rigurosos estudios de medicina, sintió que para sobrevivir debía escapar de los convencionalismos a su manera; lo hizo con su pasión por el teatro y unos pinitos de cine en esa Colombia de provincia que filmó el director alemán Alejandro Kerk. Hefner también estudió una carrera humanística, psicología, en la Universidad de Illinois, y seguramente sintió el llamado de la liberalidad cultural.

Pero, mientras papá nunca logró zafarse del todo de las presiones del mundo y no pudo sobrevivir por ello sino hasta mediados de los 80, Hugh en cambio lo hizo plenamente. Hoy en día Hefner, casi nonagenario, es una leyenda viva de la revolución cultural del mundo en los 60.

El trabajo de Hefner influyó en la cultura de sus contemporáneos y ayudó a transformar la vida sexual de su generación y las venideras. Y lo hizo pleno de humor en una revista erótica, Playboy, que también promovía el periodismo serio y la literatura.

Hefner puso en jaque al puritanismo anglosajón y la doble moral católica, al tiempo que defendía las libertades individuales e igualdad racial. Hizo entrevistas y apoyó a líderes afroamericanos como Martin Luther King o a pacifistas contrarios a la guerra de Vietnam. Hasta aquí, la vida de Hugh se había convertido para muchos en un faro que iluminaba un mundo mejor. Este librepensador defendía la esencia humana y promovía el respeto a toda la humanidad, paradójicamente la quinta esencia de la compasión cristiana.

Pero, a sus 63 años, el gran ‘Hef’, empezó a darnos unas lecciones de vida contradictorias. Fue en 1989, cuando se casó con la playmate Kimberley Conrad, hecho que celebró con una edición especial para coleccionistas de Playboy, donde la flamante novia aparecía en diversas poses y desnudos a lo largo de 93 páginas. Hugh era para entonces ‘el playboy’, más interesado en aparentar que en ser, en gozar que en construir.

El intelectual que convulsionó la archiconservadora América había caído víctima de la ‘insoportable levedad del ser’. Desde ahí empezó a proyectar una visión de vida tanta o más decadente que aquella puritana derrumbada con su ayuda.

El otoño e invierno decadente de Hefner se resumen en su impúdico programa ‘La Mansión Playboy’. Impúdico, por mostrar un estilo de vida vulgarmente lujoso, dedicado al hedonismo y al sexo comprado, sin ningún respeto genuino por las mujeres que contrata. Eso dicen la exconejita Kendra Wikilson y, en días pasados, Holly Madison.

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