Cambios sociales y géneros laborales

George Wallis

Ya han pasado casi sesenta años desde que las colombianas conquistaron el derecho a votar, gracias a compatriotas como Esmeralda Arboleda. Desde entonces la vida de las mujeres ha cambiado enormemente.

No solo lograron derechos democráticos, también se convirtieron en el género más educado de la sociedad (hoy hay más universitarias que universitarios en el país); además, se liberaron de represiones sexuales gracias a la píldora y al desafío a moralismos religiosos y al ‘qué-dirán’, como mecanismo de represión social. Así mismo se han transformado hoy, y Tolima es buen ejemplo, en verdadera fuerza laboral y de micro-empresarias que sostienen la economía.

Pero, aunque positivos y justos, estos cambios de roles no han sido debidamente acompañados por la parte masculina de la sociedad. Estas transformaciones han venido de la mano de enormes responsabilidades, que generan un estrés desbordado, que repercute en toda la comunidad, especialmente cuando además de madres y trabajadoras son mujeres.

Aunque las mujeres ocupan crecientes posiciones ejecutivas, en general siguen subordinadas a estructuras empresariales dominadas por hombres, competitivos y agresivos. Aunque la naturaleza propia de la mujer es de sentido maternal y compasivo, para que una mujer acceda a cargos directivos debe demostrar que puede ser tan competitiva y agresiva como los machos.

Si a esto se añade que las teorías humanísticas de administración, basadas en culturas de confianza y participación, son poco promovidas en el país, la tragedia laboral de estas colombianas es considerable.

La creciente angustia de una madre, de una esposa, de una pareja, sometida a ambientes laborales de alta exigencia y discriminación, se transmite a toda la comunidad. Madres divorciadas, cabeza de familia y madres solteras, se convierten en principales víctimas y victimarias de un sistema depredador.

Reconocidos sociólogos aseguran que este estrés máximo ha influido en la creciente tasa de divorcios en el país y en traumas de crianza de hijos con baja autoestima o con miedos, que marcarán su vida de adultos. Por supuesto, que el papel materno no es el único responsable, pero sí el principal protagonista en la mayoría de casos, en la crianza de niños sanos, futuros adultos maduros y responsables.

Volver a épocas ya superadas por la sociedad es absurdo y ninguna mujer estaría dispuesta, a pesar del alto costo que pagan, a volver a ellas. Es una cuestión de dignidad y construcción de una sociedad más equitativa y menos traumatizada.

Pero qué hacer entonces. Para empezar, concientizar a las mismas mujeres de su responsabilidad de planear mejor su vida laboral y su papel de madres.

Pero también los hombres debemos concertar mejor nuestro papel de padres y parejas, no solo como proveedores materiales sino como soporte afectivo, cargados de comprensión y paciencia con nuestras mujeres trabajadoras.

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