Semillas de intolerancia

George Wallis

Preocupan mucho, en un país que busca de manera tan obsesiva la paz, que en ciudades como Ibagué se denuncien tantos casos de intolerancia, que dejan personas muertas y heridas, como se dice que ocurrió este último fin de semana en nuestra región.

Al parecer la causa principal de las agresiones sería el consumo de licor. Este fue el caso de cierto sujeto que insultó a una señora y atacó con un ‘pico de botella’, a quien se atrevió a increparlo públicamente. Pero, el asunto se agravó cuando el agredido ‘defensor’ se convirtió en atacante. Este señor, herido por el borracho, se fue para su casa, tomó un machete y buscó a su agresor. El borracho que inició el problema recibió entonces cortadas en el cuello y hasta fractura de cráneo.

Pero, en otros casos reportados por EL NUEVO DÍA, no se trata solo de reacciones con arma blanca al mal manejo de bebidas alcohólicas, sino motivos pasionales de intolerancia a comunidades Lgbti. Tampoco podía faltar la típica reacción de aquellos que solucionan sus diferencias con un arma de fuego, cuando las grescas suben de tono, en un país donde el porte de estas armas está prohibido. Licor, celos, riñas de todo orden, habrían sido las causas de que se congestionen de inusual manera los servicios de urgencias del hospital Federico Lleras Acosta.

En realidad, el problema de la intolerancia es un lastre social que no solo es atribuible a causas superficiales, como el alcoholismo, la homofobia o la ira. Tampoco es un problema exclusivo de los tolimenses. La intolerancia es un problema cultural y social de los colombianos, que nace de equivocadas estructuras políticas, económicas y culturales.

En muchas regiones de Colombia la intolerancia se origina en un odio que busca defender equivocadamente la propia identidad enfrentada a la de los demás. Las verdaderas causas de la intolerancia están entonces en situaciones sociales en las que los ciudadanos no confían en la justicia y buscan ser jueces y verdugos de sus semejantes; pero también en culturas de la violencia que debemos erradicar desde nosotros mismos. Quizá necesitemos, además de acciones policivas que son el último recurso, ambiciosos programas pedagógicos y preventivos.

Como en el caso aludido, dicen los expertos, con frecuencia el sujeto agresor hace exactamente lo mismo o peor de lo que critica en su vecino. Si se juzga a alguien como intolerante, quizá estamos siendo intolerantes al juzgar a esa persona, o si nos molestamos al pensar que alguien es agresivo, podemos estar siendo agresivos en nuestros juicios.

Un proceso de educación en la cultura de la tolerancia debe llevar a que sepamos tratarnos desde nuestros pensamientos y emociones de manera civilizada. La policía viene después.

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