No necesitamos que el imperio nos regale nada

George Wallis

Fidel Castro es una gloria viviente, un héroe y mito fundacional en la actual nación cubana. Pero, muchas personas dentro y fuera de Cuba, menos románticas en su juicio a Fidel y los logros sociales de la revolución, distan mucho de semejantes conceptos. Para ellos Fidel pronto será solo un recuerdo para los cubanos, semejante a Mao para los chinos.

Quizás por esta razón, aferrado a un ego histórico alimentado por sesenta años, Fidel escribió una diatriba contra la visita de Obama. En su columna afirma que: “no necesitamos que el imperio nos regale nada”.

La afirmación de Castro suena fuera de lugar o tal vez cínica, si uno examina las condiciones de vida del pueblo cubano. La comparación práctica en condiciones de calidad de vida con otros países de América, salvo Haití, no favorece a la revolución.

Estoy seguro, por ejemplo, de que la mayoría de habitantes de barrios pobres de Ibagué tienen hoy celulares, internet y algún medio de transporte propio, así sea una humilde moto, que ya quisiera el cubano promedio. Además, acá, a diferencia de allá, tenemos libertad de comunicaciones y prensa.

Nadie niega, entre los logros en Cuba, la dignidad nacional, pero es difícil valorarla en un país plagado de ‘jineteras’ y de trampas a los turistas. Esto dice una respetable pareja de abogados, Germán y Leila, que visitaron a Cuba en pasados días y salieron muy defraudados.

Los otros logros medibles son la educación, los avances en ciencia médica y deporte. Pero la dignidad no alimenta a nadie y muchos países latinoamericanos de sistemas capitalistas presentan hoy similares o mejores indicadores sociales en salud, ciencia y deporte.

Quiéralo o no, la historia de Cuba está ligada a los EE.UU. La emancipación de la nación isleña de España, por allá en 1898, se debe a los estadounidenses. Desde entonces, hasta el 1° de enero de 1959, pasaron a una época de amor libre entre la deslumbrante nación del norte y la seductora isla del Caribe.

Alejandro Carpentier, el escritor cubano de la gesta revolucionaria, relata en su obra La consagración de la Primavera, el contraste entre la vida alegre de la élite pro-estadounidense, con la vida miserable de los cubanos del común.

Sí, la revolución tenía entones sentido. El pueblo isleño estaba cargado de miseria: mujeres envejecidas prematuramente, niños mal nutridos y aquejados por enfermedades.

Hoy, marzo de 2016, Cuba y EE.UU, reinventan su relación. Ya el embargo y la política del exilio cubano en Miami han fracasado tanto como las políticas económicas y la democracia revolucionaria.

Acabar con la revolución y su dignidad no es una opción. Pero, la apertura económica sí parece ser la única esperanza de mejorar la vida de los cubanos.

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