Recordando a Martin Luther King en un sueño de Colombia en paz

George Wallis

Era agosto de 1963, poco antes de que nacieran las Farc como desafío armado ante las injusticias. En esos días un representante de las clases más marginadas de América, pronunció un discurso que sí ayudó a integrar al pueblo de Estados Unidos. Sí, era el doctor (PhD) y pastor afroamericano, Martin Luther King.

Y como fue de benéfica la convocatoria mística de King. Si comparamos hoy los dos países, los negros de Estados Unidos están socialmente mucho mejor posicionados que las clases marginadas de Colombia. No olvidemos que a estas últimas se dirigió la lucha, para muchos estéril, de las Farc. Esta guerra solo nos ha traído sangre, sudor y lágrimas.

Tras el histórico anuncio de paz del jueves pasado, me imagino ese mismo discurso de Martin Luther King, adaptado a nuestros propios sueños de paz y redención del país. Tal vez, donde quiera que esté el pastor, diría así:

‘Hace un poco más de veinticinco años, unos colombianos memorables firmaron la Constitución de 1991. Este trascendental acuerdo significó como un rayo de luz y esperanza para millones de colombianos víctimas de una guerra fratricida. Llegó en ese entonces como un precioso amanecer al final de una larga noche de dolor, cual reza nuestro himno nacional.

Pero, cinco lustros después, el colombiano de las veredas aún no está libre de los males que desencadenaron la guerra en 1964. Hoy todavía viven en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; los pobres todavía languidecen en las esquinas de la sociedad colombiana y se encuentran desplazados en su propia tierra.

Por eso, hoy hemos venido aquí a apoyar un acuerdo para acabar con una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a este mundo virtual, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución de 1991, firmaron un pagaré del que todo colombiano habría de ser heredero. Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del largo proceso de paz, yo aún tengo un sueño de que dicha constitución se cumpla.

Por eso, ¡que repique la paz desde la cúspide de las montañas prodigiosas de Nariño y Cauca! ¡Que repique la paz desde las nevadas montañas del Tolima! ¡Que repique la paz desde las alturas inmarcesibles de la Sierra Nevada de Santa Marta! ¡Que repique la paz desde las gélidas montañas de Caldas!

¡Que repique la paz desde los sinuosos ríos del Meta y Caquetá! Pero no sólo eso: ¡Que repique la paz desde las sufridas tierras de la Guajira! ¡Que repique la paz desde cada indómito rincón de Antioquia! De costa a costa de Colombia hasta su última montaña, que repique la paz’.

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