Venezuela: el fracaso de los muros, las murallas y los cierres fronterizos

George Wallis

Colombianos y venezolanos todavía miramos atónitos las noticias de la frontera, entre Cúcuta y San Antonio. Según cifras de Víctor Bautista, director del plan colombiano de fronteras, 35 mil personas cruzaron este domingo el paso fronterizo para comprar alimentos y medicamentos, que escasean allá.

Este episodio es otra prueba más del fracaso de los muros, murallas y cierres fronterizos de todo tipo a través de la historia. En un fugaz recuento introductorio a esta afirmación, recordemos desde uno de los más antiguos, hasta alguno de los contemporáneos: la Gran Muralla China y el Muro de Berlín. Hoy en día, revisando el resultado de estos muros citados, encontramos que los chinos y los alemanes son los mayores defensores de un mundo sin barreras. Y no son cualquier ejemplo, China y Alemania son países muy exitosos en sus políticas socio-económicas.

Con la ilusión de defender una cultura, una economía o un estilo de vida, los regímenes dictatoriales han optado recurrentemente por cerrar sus fronteras. No era raro entonces que el debilitado gobierno venezolano, cayera en esta tentación ilusoria.

Por razones históricas tan conocidas como dudosamente justificables, la economía venezolana empezó a cerrar empresas y mercados desde hace 17 años. Poco a poco, durante los largos años de Chávez, se fueron levantando barreras y restricciones a la libre empresa, con la ilusión de construir una sociedad igualitaria. No necesito contar los resultados, ampliamente divulgados por estudiosos del tema. Su credibilidad es ratificada contundentemente por la avalancha de venezolanos desesperados por tener acceso al sistema capitalista de Cúcuta.

La estupidez humana, la falta de conciencia global, no tiene color político. Algunas veces se ha manifestado en políticos de izquierda, como Fidel Castro o Hugo Chávez. Otras, en sujetos de tan descabellada derecha como Donald Trump o Boris Johnson. Tanto unos como otros, exponentes de tan opuestos extremos ideológicos, se han refugiado en fórmulas aislacionistas. Ambos grupos buscan torpemente defender a sus seguidores de las consecuencias de vivir en un mundo abierto.

En ambos extremos han importado más los efectos, que concentrarse en eliminar las causas del descontento popular con una visión de conciencia de humanidad.

Pero el problema no solo es de Venezuela. A veces los extremos se juntan, como si fueran una serpiente mordiéndose la cola. La tragedia económica venezolana, la misma que sirve de referente a los defensores del sistema económico colombiano, es ignorada por algunos ultraderechistas empresarios nacionales, de manera bastante irónica. Esto sucede en los mismos días de la avalancha citada en Cúcuta. Los empresarios del transporte, los mismos que se lucran del libre mercado y competencia de nuestro sistema, exigen ahora la intervención del Estado. Amenazan al Gobierno para que levante barreras económicas a favor suyo y en desmedro general.

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