¿Cuánto vale la palabra de Dios en tu vida?

Jairo Yate Ramírez

«... -Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó”. Mateo 13, 1-23.

El Evangelio del Reino se entiende desde el misterio de la Palabra de Dios. Nos podemos preguntar, ¿cuánto valor damos a la Palabra? ¿Qué lugar ocupa la Palabra, en mi vida? ¿Dónde debe estar la Palabra? ¿Será que la Palabra define y da trascendencia a la vida de un creyente? Pues bien, el Maestro de Nazareth nos propone detener nuestro pensamiento en su Palabra.

Él mismo es Palabra, él es quien siembra la Palabra, nos pide que la guardemos en nuestros labios y nuestro corazón. (Romanos 10,8). Él mismo nos enseña la utilidad de su Palabra: “Es inspirada por Dios, es útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia. Así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena”. (II Timoteo 3,16-17).

La Palabra cumple su objetivo en la vida de cada persona: sana, salva, libera, purifica. El proceso para que la Palabra haga milagros en nosotros está en: escuchar la Palabra, creer en ella, y ponerla en práctica. La dificultad nace cuando no hay voluntad para este ejercicio. No todas las veces estamos en capacidad de escuchar, no en todo momento guardamos el estado de ánimo para recibir, no siempre conservamos el espíritu para un buen actuar.

El misterio para que la Palabra se convierta en vida está en lo profundo del corazón de cada persona, está en el cultivo del espíritu, está en el grado de atención, está en la capacidad de maravillarse, de dejarse impactar, de permitir a la Palabra que cumpla su misión por la que fue enviada y proclamada.

El Papa Francisco nos recuerda que también los creyentes somos sembradores de la Palabra. Las palabras salen de nuestro corazón y nuestra boca. “Nuestras palabras pueden hacer tanto bien, así como tanto mal, pueden sanar y pueden herir, pueden animar y pueden deprimir”.

Hay que tener mucha delicadeza con la palabra. La virtud de la prudencia nos ayuda a usar muy bien nuestras palabras. El Hijo de Dios supo proclamar sabiamente la Palabra de su padre celestial. Cuida tu salud: la Palabra de Dios, es, y debe ser, semilla de vida eterna.

Arquidiócesis de Ibagué

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