Un pecador se convierte en creyente por su humildad

Jairo Yate Ramírez

Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme» Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos» Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos» Mateo 15, 21-28.

La virtud de la fe, se mueve en la humildad, la confianza y la perseverancia. Así nos lo hace entender el texto bíblico sobre el encuentro de la mujer Sirofenicia con el Salvador del mundo. Hay casos que llaman mucho la atención, por su insistencia, por la perseverancia, por la cantidad de motivaciones en la mente y en el corazón de alguien que padece un mal y busca afanosamente la solución a su problema.

Dios permite que millones y millones de personas se beneficien de su bondad y misericordia, a través del misterio de la fe. Es la única condición que propone para encontrar la salvación y liberación que él mismo ofrece con la instauración de su reino.

A primera vista puede parecer muy simple la solución, alguien puede decir: Yo le digo al señor que sí creo en él y de paso me sana, me perdona, me libera, me da solución a mi dificultad. Así pues, el asunto no es decirle, sí creo. El problema es demostrarle y lograrlo convencer que existe esa realidad en nuestra mente y en nuestro corazón.

La mujer cananea no se deja abatir, insiste persistentemente, acepta la reprimenda de Cristo y también le da una respuesta: “también los perros se comen las migajas que caen de las mesas de sus amos”. Jesús no tiene otra salida, y accede a que se cumpla lo que aquella mujer desea.

La humildad es la virtud moral, que nos va a abrir todos los caminos para la conquista de la verdad. Dios admira mucho la gente humilde, la gente que sabe pedir, que se sabe arrodillar, que sabe reconocer su propio estado de vida. La humildad se opone al orgullo, a la soberbia, a la egolatría.

Cuánto mal hace la soberbia para aquellos que pretenden llegar donde Dios; porque la soberbia es la afirmación aberrante del propio yo. El humilde localiza algo malo en su vida y puede corregirlo.

La virtud teologal de la fe reclama la humildad: Aprendemos a orar como lo hizo alguien en la historia: “señor, ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no mentir para ganarme el aplauso de los débiles. Si me das fortuna, no me quites la felicidad. Si me das fuerza, no me quites la razón. Si me das éxito no me quites la humildad. Si me das humildad, no me quites la dignidad. Enséñame a perdonar, que es lo más grande del fuerte y a entender que la venganza, es la señal primitiva del débil”. Cuida tu salud: Nunca permitas que se pierda tu fe, por la debilidad de tus pasiones.

Arquidiócesis de Ibagué

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