Amar es aprender a caminar en la misma dirección

Jairo Yate Ramírez

«Maestro, ¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?» él le dijo: “Amarás al señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” (Mateo 22, 34-40).

En el mundo bíblico de los judíos, aparece una complicada legislación de 613 preceptos, extraídos por los rabinos de la ley. Las polémicas comenzaron a surgir, a través del deseo de saber cuáles eran mayores o cuáles son los menores. El hombre se ha complicado la vida preguntándose quién es el primero y el último, quién es el más importante, quién merece estar a la derecha o a la izquierda, quién merece o no un lugar supuestamente digno.

Con esta mentalidad la vida se vuelve una carrera en que se espera gane el mejor; el que va por encima de los demás, el que tiene más para mostrar a los demás, el que grita más, el que cree tener siempre la razón, el que se preocupa más por lo exterior, mas no por su alma. Acertadamente decía el maestro de Nazareth: Nos preocupamos demasiado por nuestra apariencia, mientras por dentro somos muy distintos. (cf. Lucas 11, 39).

Para Jesucristo la vida es mucho más simple, ante lo complicados que somos en la sociedad para determinar las cosas; Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: ‘Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’ (Mateo 22, 37).

El punto del sabor de la vida no está en saber quién va adelante o quién se quedó atrás; la vida tiene su propio navegante, y ese es el amor. El amor como un estado de vida, como el arte de aprender a caminar juntos en la misma dirección, como la fortaleza permanente de acostumbrarse a amar, a dejarse amar y encontrar la combinación perfecta de sentir amor por uno mismo. El papa Francisco afirma que: “Sin amor, el esfuerzo se hace más pesado e intolerable”.

El amor es el hilo conductor del querer de Dios, desde la misma creación. El hijo de Dios brota del amor del padre, y de la misma manera realiza su misión desde el amor a su padre, la sostiene todo el tiempo y prevé a sus discípulos para que comprendan que con las armas del amor hallarán el resultado de una vida nueva.

Pero el amor no funciona en un ambiente solitario, porque se puede convertir en un empujón en tiempo determinado, o en una ilusión que con los días se va opacando y no sigue su curso; por eso el señor añade a ese sentimiento grande y noble la permanencia.

Permanecer en el amor de Dios es contar con un soporte fijo para una misión interminable, es el quehacer permanente de los hijos de Dios, es la solidificación de la fe, es la tarea ineludible de la Iglesia. Dios nos envía a amar y sostiene el amor con los sacramentos, con la Iglesia, con la oración y la presencia de su Santo Espíritu. Cuida tu salud: Si te dedicas a amar, difícilmente te complicarás la vida.

Arquidiócesis de Ibagué

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