Riqueza, vanidad y orgullo, nos alejan de Dios

Jairo Yate Ramírez

°°° «Él replico: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.” Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.” A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.” °°° Marcos 10, 17-30. La vida se entiende como un proceso vocacional de discernimiento de lo que deseamos ser, hacia dónde queremos marchar, lo que deseamos obtener, la meta que anhelamos conquistar. Cristo busca algo más que fidelidad a los mandamientos, algo más que cumplimiento estricto de la ley de Dios. Se trata de darle una respuesta personal al Señor, es en otras palabras la verdadera imitación de Cristo. Cuando descubrimos que se trata de identificarse con Cristo, comprendemos el ser propio de la vocación: La generosidad de corazón, la generosidad de espíritu, la generosidad para arriesgarlo todo por la causa del Señor.

Cristo necesita muchas personas en el mundo que coloquen su granito de arena, que lo hagan convencidos de su propia vocación, que se dejen inspirar por la Gracia de Dios, que no miren hacia atrás, que no se detengan ante ninguna perturbación, que asuman los retos. El Papa Francisco enseña que: Seguir a Jesús implica el desprendimiento de los bienes. Un cristiano no puede tener el cielo y la tierra. No hay que apegarse a los bienes de este mundo.

“Cuando un cristiano está apegado a los bienes, hace el papelón de un cristiano que quiere tener las dos cosas: el cielo y la tierra.” Riqueza, vanidad y orgullo, siempre nos alejarán del proyecto de Dios. Termina el santo Padre afirmando: “las riquezas son tan peligrosas, porque te llevan inmediatamente a la vanidad y te crees importante. Y cuando te crees importante te la crees y te pierdes.”

La mundanidad no es la fórmula de los hijos de Dios.

El punto medio es la prudencia y el desprendimiento; así lo recomienda la sabiduría divina: “Supliqué a Dios y me concedió la prudencia; le pedí el espíritu de sabiduría y me lo dio. La preferí a los cetros y los tronos.

En su compasión, tuve en nada la riqueza.” (Sabiduría 7, 7). Cuida tu salud: Pídele a Dios que te regale un corazón sensato (cf. Salmo 89).

Arquidiócesis de Ibagué

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