La fe y la justicia son inseparables

Jairo Yate Ramírez

« °°° «Maestro, qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?» Él le dijo: « ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué es lo que en ella lees?» El doctor de la Ley le contestó: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todas tus fuerzas y todo tu espíritu, y Amarás a tu prójimo como a ti mismo» Jesús le dijo: «Bien contestado. « (Lucas 10, 25-37). ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? Es la preocupación de muchos creyentes ante su situación frente a la ley de Dios, frente a la predicación de la Iglesia, frente al culmen de la misma existencia.

Las respuestas no se dejan esperar: Conviértete y vive el Evangelio; vaya a misa todos los domingos; confiese sus pecados; abandone esa mala vida que lleva; piense seriamente que su vida no puede continuar así; no eche en saco roto las cosas de Dios; ábrale un ‘campito’ a Dios en medio de tantos compromisos laborales; cumpla los mandamientos y respete los preceptos de Dios (Deuteronomio 30, 10); entre en un clima de oración y pregúntele a Dios, ¿Qué debo cambiar? ¿Qué debo mejorar? ¿Cómo puedo empezar? Etc. Jesús tiene la respuesta que tanto estabas esperando: ANDA, HAZ TÚ LO MISMO. Esta respuesta del Maestro, le da su razón de ser a la responsabilidad de cada persona con Dios, con su entorno, con su propia felicidad.

Cuando se trata de lograr el objetivo: “La vida eterna”. Todo gira en torno a mi deber, a mi obligación como creyente. Es algo así como una condición ineludible: “Conditio sine qua non”. Es un deseo inmenso de comunión con Dios. Es aprenderle a Dios las reglas de juego para la eternidad: Amarás a Dios (Deuteronomio 6,5); Amarás a los demás (Levítico 19,18). Un buen conocedor de la ley de Dios, comparte los mismos ideales en su fe: “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” (Mateo 16, 26). “Vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino preparado para ustedes, pues tuve hambre, sed, estaba desnudo, enfermo, encarcelado, y ustedes me socorrieron” (Mateo 25, 34). Dios estará muy interesado en saber: ¿Qué hiciste por tu hermano?.

La fe como el don divino para poder creer en Dios, no funciona, separada de la justicia, de la caridad, de la misericordia. Cuando logramos amar, las distancias desaparecen; los prejuicios sociales se esfuman; la solidaridad y la justicia social, se convierten en normas comunes de vida. El Papa Francisco en su catequesis enseña: “La compasión, el amor, no es un sentimiento vago, sino significa cuidar al otro hasta pagar personalmente. Significa comprometerse cumpliendo todos los pasos necesarios para “acercarse” al otro hasta identificarse con él. Amarás a los demás como a ti mismo”. Cuida tu salud: No es de un cristiano, descartar, clasificar o despreciar a los demás.

Arquidiócesis de Ibagué

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