La humildad, evita la ruina de la vanidad

Jairo Yate Ramírez

« °°° Cuando te conviden a un banquete de bodas, ve a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. » (Lucas 14, 1. 7-14). La sabiduría de Dios se impone notablemente ante los grandes razonamientos de la inteligencia humana. Qué complicada y difícil la vida para muchas personas aceptar el reto de Dios: Serás el primero, serás el mejor, cuando aprendas a ser el último y el servidor de los demás. (cf. Marcos 9,35). No es una experiencia placentera para nadie estando ubicado en el puesto que le gusta, en el lugar que la persona cree que le corresponde, o en el sitio que cree que se merece y alguien le diga: Disculpe, pero ha llegado una persona con más categoría que usted, tenga la bondad de buscar un lugar en el último puesto.

La humildad, es una virtud que se adquiere con el convencimiento de que no existe otro camino para ser grande en la vida. El humilde es la persona que siempre recibe de todos, es quien está dispuesto a cambiar, es quien medita las críticas, acepta los consejos, es el más virtuoso, continuamente está construyendo su vida. El humilde encontró a Dios cuando aceptó el mensaje que le decía: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes.” (Eclesiástico 3, 17). La humildad no es asunto de bajar la cabeza.

Es la conciencia de lo que somos y hacia dónde vamos. Es la virtud que regula nuestra conciencia. Es la gracia que conmueve a Dios. Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia, eran así: transparentes ante Dios. Pedro se lo dijo a Jesús de inmediato: «Soy un pecador» (Lucas 5,8). Pablo escribió que él era «el menor de los apóstoles, no digno de ser llamado apóstol» (1 Corintios 15,9). Mantuvieron durante su vida esa humildad, hasta el final.

Humildad no significa negar lo que se es: el Hijo de Dios le responde a Pilato: “Tú lo has dicho.” (cf. Lucas 23,3). El primer paso para lograr la humildad, es reconocer nuestra propia debilidad. El orgullo y la vanidad nos ubican en el puesto del fariseo; la humildad nos permite ser un publicano: “Ten compasión de mí señor, soy pecador” (cf. Lucas 18, 10-14). Crecemos en humildad cuando reconocemos nuestra nada y contemplamos la grandeza de Dios. Cuando recibimos las humillaciones como un don de Dios. Cuando rectificamos los errores en lugar de justificarnos. El Papa Francisco recomendaba: “Silencio y humildad, el mejor estilo de Dios. ¡No el espectáculo!”. Cuida tu salud: “Nadie es tan vacío, como aquel que está lleno de sí mismo”.

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