Las tragedias de la minería

Pedro Luis Zambrano

Es difícil tener que registrar de forma recurrente los accidentes que ocurren en las explotaciones mineras informales que ya pululan en el país, unas veces en Boyacá, otras en Antioquia, en Chocó, en Cauca y ahora en Riosucio (Caldas), este último con un saldo de 15 operarios muertos.

Vuelven las entrevistas a los familiares acogidos por la pena, quienes manifiestan, en su mayoría, que sus seres queridos no iban a las minas por su vocación de trabajo, sino debido a que es lo único que han aprendido y en su región no encuentran otra alternativa para su sustento y el de sus familias.

Es que no es fácil, para cualquier persona, adentrarse en las tinieblas de los socavones o en las frágiles laderas en que se practica esta actividad en forma irregular, la situación de seguridad laboral es precaria y los operarios están constantemente en riesgo de perder la vida o sufrir accidentes graves.

La falta de ventilación, inundaciones de las áreas de trabajo, derrumbes intempestivos y contaminación por elementos químicos y metales pesados, son algunos de los múltiples riesgos que acechan a los trabajadores de estas minas, en Colombia y en los países latinoamericanos en que se practica esta actividad.

Es conocido que en este país, que afronta problemas estructurales de empleo en más de la mitad de sus municipios, la actividad extractiva se convierte en una tabla de salvación para miles de familias que enfrentan barreras de inclusión productiva, quedando sujetos a la única opción de la minería ilegal, para obtener ingresos.

El Estado está en mora de regular, hacer seguimiento y controlar la minería informal, convertida en trampa mortal, con el agravante de que ni siquiera los familiares de las víctimas pueden ser indemnizados, una vez han perdido sus seres queridos. Es irreparable el daño ambiental, sobre las aguas que terminan contaminadas y mermados los cauces utilizados en tales faenas, los suelos, la vegetación, la fauna y el paisaje. La actividad minera irregular se ha convertido, además, en fuente de financiación de grupos violentos.

A ello se agregan los efectos sociales, como la baja escolaridad, porque muchos de los menores en estas zonas también apoyan a los mayores en la actividad, la prostitución y propagación de lacras como el alcoholismo y las enfermedades contagiosas, evidentemente mayores en las áreas dedicadas a esta labor.

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