El hambre se sigue llevando a los niños

Pedro Luis Zambrano

Referirse a los niños de una sociedad, es hablar de su mayor valor, además de que su suave y pequeña presencia nos deleitan con todas sus expresiones, ellos son la posibilidad de permanecer como especie, de crecer y mantener el territorio con nuevas generaciones.

Para hacer coherente la mirada que los estados tienen sobre sus niños, las constituciones y las leyes les conceden las mayores preferencias. Por su parte la Carta Magna colombiana mejor no puede ser, en su artículo 44 manifiesta: “Son derechos fundamentales de los niños: la vida, la integridad física, la salud y la seguridad social, la alimentación equilibrada, su nombre y nacionalidad, tener una familia y no ser separados de ella, el cuidado y amor, la educación y la cultura, la recreación y la libre expresión de su opinión. Serán protegidos contra toda forma de abandono, violencia física o moral, secuestro, venta, abuso sexual, explotación laboral o económica y trabajos riesgosos. Gozarán también de los demás derechos consagrados en la Constitución, en las leyes y en los tratados internacionales ratificados por Colombia”.

No obstante, la desidia oficial, el clientelismo y la corrupción, principalmente, han convertido semejante predicado constitucional, en letra olvidada; los hechos de cada día lo confirman, siguen muriéndose los niños, ya no solo en La Guajira y en Chocó, sino en Bogotá y en otros lugares, y por la causa más deplorable para cualquier comunidad, por hambre.

Algo que llama la atención, es ver la forma cómo se asume la situación por parte de las autoridades y quienes le tienen que poner la cara al problema. En la Guajira, por ejemplo, luego de que la sequedad y desnutrición, terminan cada semana con la existencia de más infantes, la Gobernadora señala culpables en el Estado y el Icbf, desconociendo su propio compromiso institucional en estas muertes.

La corrupción es el fenómeno que más desgasta a los países en desarrollo, entre los cuales está Colombia, pero, el aceleramiento de este fenómeno, puede llevar al país a situaciones indeseables, como el hecho sobrecogedor de que los niños se mueran de hambre. Mientras esto ocurre, no se conoce el camino que han cogido los presupuestos para la infancia y la salud, que deben apuntar primero a ellos; y los jugosos recursos de regalías, que han pasado precisamente por los departamentos en que más agobia el problema.

Comentarios