La muerte de un playboy decadente

José Germán Zarama De La Espriella

Acaba de apagarse un faro de la Nueva Era, cultura posmoderna que se identifica mucho con el postulado védico de “una verdad, pero muchos caminos”. Hugh Hefner, el iluminado, había nacido en Chicago en 1926. Formado en una familia súper-conservadora y muy religiosa, Hefner estudió una carrera humanística en la Universidad de Illinois.

Aunque no se tratara de un académico, el trabajo de Hefner ayudó a transformar la manera de pensar de sus contemporáneos. Y lo hizo en un aspecto absolutamente humanístico: la vida sexual y amorosa. Su legado, pleno de humor y erotismo, reposa en esa famosa revista Playboy.

Hefner puso en jaque al puritanismo anglosajón y la doble moral religiosa, al tiempo que defendía las libertades individuales. Hizo entrevistas y apoyó a líderes afroamericanos como Martin Luther King o a pacifistas contrarios a la guerra de Vietnam.

Este sicólogo defendía, por libidinosos caminos, el libre desarrollo de la personalidad, el amor y el respeto a los marginados, paradójicamente la quintaesencia católica. De esta manera, inmoral en términos cristianos aunque profundamente ética para otros, la vida de Hugh se había convertido en un referente de contradicción social.

A los 63 años ‘Hef’ había perdido algo de su encanto de librepensador. Ya no era tan venerado como revolucionario en 1989, cuando se casó con la playmate Kimberley Conrad, lo que celebró en edición especial de Playboy. En esta publicación la novia aparecía en diversas poses y desnudos en 93 páginas. Hugh parecía para entonces más interesado en aparentar que en ser, en gozar que en construir nuevos paradigmas.

El intelectual que convulsionó la archiconservadora América había caído víctima de la ‘insoportable levedad del ser’. La Insoportable levedad del ser es una novela que trata de un hombre y sus dudas existenciales en torno a la vida en pareja. En ese entonces empezó a proyectar una visión aún más decadente que aquella puritana, que se había derrumbado con su ayuda.

El otoño y el invierno de Hefner llegaron con su impúdico programa ‘La Mansión Playboy’. Impúdico, por mostrar un estilo de vida vulgarmente lujoso, dedicado al hedonismo y al ‘amor’ comprado, sin respeto genuino por las mujeres que contrata. Eso concluye uno de las declaraciones infidentes de la exconejita Kendra Wikilson y de Holly Madison, de sus últimas amantes.

Hoy, al morir Hugh, los cambios en la moral que propugnó Playboy no han sido del todo asimilados. En el mejor de los casos, como ocurre con Trump, casado con una antigua modelo nudista pero caudillo de una ideología conservadora, son ambivalentes. Heffner puede haber dejado entonces también para muchos, la imagen del demonio de la decadencia de América. Tal vez, para otros, sea todo lo contrario.

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