Amenazas desde Barcelona y Madrid tocan a Colombia

José Germán Zarama De La Espriella

La noticia del ‘referendo’ catalán ha impactado tanto a los gobernantes como a los demócratas del mundo y nos ha puesto a opinar a todos. Como ya es usual, las consideraciones más emotivas dominan los medios sociales. Y en los medios masivos estas tendencias, de apoyo separatista, parecen ser mayoría. Pero, por supuesto, solidarizarse con los nacionalistas catalanes es la primera reacción, cuando recibimos semejantes imágenes de la obscena represión ordenadas por Rajoy.

El concepto del Gobierno de España, país democrático y civilizado, se ha venido entonces a menos, incluso entre los ciudadanos ibéricos. Y, cómo reaccionar de otra manera, cuando vemos policías que golpean mujeres y hombres de la tercera edad, probablemente los más independentistas barcinonenses. Si Rajoy pensó que rajando cabezas llenas de canas paraba el secesionismo, no podía estar más equivocado.

Pero, aunque los abusos coercitivos desgarren nuestros sentimientos de foráneos, si nos pusiéramos los zapatos de los españoles, entenderíamos la angustia de su gobierno. La independencia de Cataluña sería un desastre para España. Barcelona es la segunda ciudad más grande del país y su secesión encendería el nacionalismo separatista vasco. La madre España que conocimos en los días de los reyes católicos sería cosa del pasado.

Pero, en este mundo tan entrañablemente conectado por la tecnología de las comunicaciones, no solo España tiembla ante el posible ‘efecto dominó’. Al otro lado de la costa norte de España, en las islas británicas, los nacionalistas escoceses ven a Barcelona como inspiración de separatismo. Y lo mismo ocurre en varias comunidades nacionalistas de Europa e incluso de América, sin ignorar a Colombia.

Sí, en Colombia varias regiones han expresado sus tendencias separatistas, en exacerbados regionalismos de tinte nacionalista. Cuántas veces, por justificaciones históricas y culturales semejantes a las de los resentimientos catalanes, los pastusos han invocado el separatismo. Cabe recordar que en los 70 se revivió ese sentimiento, con motivo de la lucha por la ‘refinería de Tumaco’.

En la costa Atlántica, que aporta el 15% del PIB nacional y el 22% de la población, líderes como Eduardo Verano agitan el separatismo o al menos la idea federalista. Lo mismo ocurre en ‘Antioquia Federal’, idea tan vieja como la Constituyente de Rionegro, de ‘1863’; de hecho, la “iniciativa” fue recién revivida por un diputado paisa; en efecto, el diputado Betancur propone que Antioquia distribuya sus propios recursos sin depender de Bogotá (http://www.semana.com/nacion/articulo/diputado-propone-que-antioquia-sea-federal/526712).

Pero, ¡cuidado con enternecernos con tantos sentimientos nacionalistas! Si la atomización de los países condujera al progreso de los pueblos, los nacionalismos globales serían bienvenidos. Pero no es así. Simplemente recordemos a uno de los pensadores y filósofos españoles, José Ortega y Gasset, quien dijo: “El nacionalismo es el hambre de poder templada por el autoengaño”.

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