La utopía democrática del 11 de marzo

José Germán Zarama De La Espriella

La democracia, la verdadera democracia que soñamos, donde todos votemos ‘a conciencia’, es una suerte de utopía. Y es que para empezar habría que definir muy bien a qué conciencia nos referimos para comprender a qué tipo de democracia podemos aspirar. La conciencia puede tener muchas definiciones, pero para efectos de este análisis nos referimos al ‘conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno’.

Si admitimos esta definición necesariamente inferimos que el conocimiento debería ser equilibrado en la sociedad para que haya conciencia democrática. Pero el ‘conocimiento’, que es parte importante de la educación, es tan inequitativo que gran parte de los ciudadanos serían incapaces de ‘votar a conciencia’, por sustracción de materia. De hecho esto justifica privilegiar la educación para fortalecer la democracia.

Pero la educación sirve a la democracia solo cuando se imparte éticamente, sin intereses políticos. Uno podría recordar, al respecto, que Corea del Norte es un estado con una tasa de alfabetización del 100 %, y altos niveles de escolaridad obligatoria; pero difícilmente podría uno afirmar que ese país tiene una ciudadanía mejor preparada que la nuestra para ‘votar a conciencia’ (suponiendo que se les permitiera votar). Tampoco los EE.UU., con 99% de alfabetización y un sistema de educación obligatoria por 10 años, parecen tener una mayor conciencia política que la nuestra.

La democracia entonces, aquella ejercida por ciudadanos conscientes e imparcialmente informados, solo parece ser una utopía. Aceptar esta realidad podría inducir a la apatía. Depende de cómo sea la actitud sicológica con la cual se acepte dicha realidad. Lo cierto es que esta percepción, consciente o inconsciente, de que vivimos en una utopía democrática nos podría explicar el alto nivel de abstencionismo en Colombia.

Examinemos las estadísticas electorales colombianas, en las últimas elecciones parlamentarias. En marzo de 2014, más del 52 % de los votantes se abstuvieron de participar. Es decir más de la mitad de la población, seguramente por razones diversas, no ejerció su derecho y deber democrático. Y probablemente la gran mayoría de estos abstencionistas no creían en la democracia.

De otra parte, quienes votan en Colombia representan una gran masa de electores, mayoritariamente movidos por intereses creados. A estas personas, quienes saben que buena parte de los congresistas que eligen son personas cuestionadas por corrupción, es muy difícil pedirles que voten a conciencia (aunque puedan existir casos, por supuesto, de conciencia política independiente entre este grupo de personas).

Si los abstencionistas, que se presumen independientes del clientelismo, se motivaran a unirse a los votantes independientes, generaríamos una masa decisoria de “votantes a conciencia”. La democracia puede ser una utopía pero una bella e irresistible utopía. Tal vez no se haga realidad hoy, pero siempre debemos volver a intentarlo.

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