Llamados del alma

José Germán Zarama De La Espriella

A punto de empezar la Semana Santa, me encuentro con una interesante historia de espiritualidad. Y el interés consiste en que en un mundo crecientemente agnóstico, cuando no ateo, llama la atención que profesionales jóvenes, especializados, dejen sus trabajos para iniciar una carrera religiosa. Este es el caso del padre William Prieto Daza, vicario de la parroquia ‘María Madre de la Iglesia’, de Villavicencio (crónica de eldiariodelllano.com). El cura, que a sus cuarenta y un años atiende confesiones y brinda asesoría psicológica a matrimonios y familias, ejerció hace algunos años como médico-anestesista.

La historia del sacerdocio comenzó 11 años atrás, a la edad de 30. Fue cuando el doctor Prieto decidió dejar 10 años de estudios médicos, entre el pregrado en la Javeriana y una especialización en la Universidad Nacional de Bogotá. Después de graduarse de especialista trabajó cinco años en un hospital y llevaba dos años de noviazgo. Había, uno intuye, unas perspectivas económicas, de reconocimiento social y estabilidad familiar aseguradas; pero algo, tal vez muy importante, faltaba en su vida.

Dónde nació esta necesidad espiritual, si fue en el sistema límbico, en el lóbulo temporal o en la glándula pineal de este universitario, no lo sé. En todo caso, el deseo por estudiar medicina lo tuvo desde pequeño y se incrementaba cuando veía a su mamá enferma. Y es que el sentimiento de compasión es la semilla de la espiritualidad. Quizás esa experiencia de amor de hijo, empezó a desarrollar su vocación de servir a los demás. Ahí surgiría su vocación médica, que tantos nexos tiene con la sensibilidad social de la religión.

Y ya graduado de médico, cuando estudiaba anestesiología en la Nacional, contrajo Hepatitis C. El virus fue tan agresivo que pensó que se iba a morir. Estuvo dos años en quimioterapia, mientras madrugaba para cumplir con su turno de residente en el hospital. Luego iba a un curso de Biblia, que al parecer le dio fortaleza emocional e influyó en su espiritualidad.

Cuando se graduó de anestesiólogo Prieto regresó a su tierra natal en Villavicencio a ejercer la profesión. Pero “el virus” de la espiritualidad seguía afectando su vida y por ello se convirtió en un líder de un equipo de profesionales en la parroquia a la que asistía. Así, con su vida dividida entre el médico joven que era y el creciente llamado de su conciencia religiosa pasaron cinco años.

Asimismo lo marcaron aquellos momentos de estrés que vive todo anestesiólogo. Por esos días también se frustró su noviazgo y experimentó el dolor (la ‘tusa’) de ese final. Sintió entonces ese enorme vacío existencial que lo llevó a ingresar al seminario, hasta concluir sus estudios de teología. Se ordenó de sacerdote a los 37 años.

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