El dilema entre lo fundamental y la confianza

José Germán Zarama De La Espriella

Gustavo Petro es un gran comunicador y aventajado estratega político. No se equivoca al invocar un acuerdo sobre lo fundamental, que recuerda a Álvaro Gómez, irónicamente víctima del M-19, hace exactamente treinta años. Para quienes no recuerden la historia, el 29 de mayo de 1988 el dirigente conservador fue secuestrado por la guerrilla del M-19. En esta guerrilla militaba Gustavo Petro, un combatiente que acababa de cumplir veintiocho años. El grupo guerrillero exigió en ese entonces el inicio de un diálogo nacional y una manifestación del Gobierno en contra de la desaparición forzada. Sucedieron luego varias semanas de negociaciones del gobierno y la sociedad civil, de las cuales, anecdóticamente, hizo parte el líder gremial Sabas Pretelt de la Vega. Gracias a esto se firmó un acuerdo en Panamá y Álvaro Gómez fue liberado cerca de su residencia. Poco después se gestó y concluyó el exitoso proceso de paz con el M-19.

Sobre el desenlace de este episodio, uno podría recordar el síndrome de Estocolmo, o entenderlo mejor por la gran capacidad de adaptación y visión histórica de Gómez Hurtado. Lo cierto es que a partir de la liberación Álvaro Gómez cambió su discurso político y se volcó hacia una posición cercana al acuerdo de paz, que buscaba el M-19. Y, dos años después, el exsecuestrado lideró el Movimiento de Salvación Nacional, que había propuesto un “acuerdo sobre lo fundamental”. Gómez logró en esa votación captar el 25% del electorado, ocupando el segundo lugar detrás de César Gaviria, con 47% de los votos. Cabe recordar que en esa época no existían segundas vueltas electorales.

Hoy, con el llamado a ‘lo fundamental’ de Petro, se hace uno la pregunta de si ese secuestro marcó sicológicamente al secuestrado o al secuestrador. Independientemente de la respuesta, Petro tiene razón. El Acuerdo sobre lo Fundamental de Gómez, que invocó Petro en su políticamente correcta entrevista de La W, abarca varios temas fundamentales.

El primero es reconocer en la ley justa el primordial elemento generador de convivencia. Y recordaba el inmolado líder asesinado (siete años después de su secuestro) por oscuras fuerzas criminales: “tras estrepitosos períodos de corrupción, la virtud vuelve a imperar sobre las sociedades”. Esto para concluir que: “preservada la integridad de la ley y respaldada por un amplio consenso moral, vendría, ahora sí la recuperación de la justicia”.

Pues bien, reitero como lo he sostenido en varias columnas anteriores que el problema de Petro no es su programa. El problema de Petro es su falta de competencias demostradas en su trayectoria vital para trabajar en equipo, para respetar la institucionalidad que respaldan los votantes de centro. Su discurso fundamentalista sobre paz y amor sería aglutinador, sino mediara una gran desconfianza sobre el predicador.

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