A conversar

La educación contribuye a reducir los índices de pobreza; un ambiente educativo interesante para jóvenes contribuye a liberar a las nuevas generaciones de los tentáculos de la violencia.

Han pasado ya más de ocho días desde el desafortunado incidente entre el Bolillo Gómez y una mujer, con amplios comentarios en los medios, los corrillos, las reuniones de amigos, el Congreso, las redes sociales... Desde muchos escenarios, la gente ha expresado sus puntos de vista e indignados y  fuertes comentarios, casi todos de rechazo. 

En este caso, el asunto fue muy visible porque se trataba de una figura pública y de una persona relacionada con el fútbol, el deporte que mueve al país. Sin embargo, el problema se debe mirar desde una óptica más amplia: desde la intolerancia que parece agudizarse en el país. 

Estamos en un país, y en un mundo, violento e intolerante. Vivimos en una sociedad en la que se dificulta aceptar ideas diferentes, nuevas maneras de actuar y otros esquemas de proceder frente a los cuales se reacciona con violencia. Sucede todos los días: en las relaciones de pareja, en el trabajo, entre los jóvenes, entre padres que no conversan con los hijos o jóvenes intolerantes hacia los mayores, en el comportamiento social... No aceptamos diferencias culturales que muestran distintas formas de pensar y descalificamos al otro sin siquiera escucharlo. 

El problema es serio y aumenta frente a las dificultades sociales y económicas que el país y el mundo viven. Nos enfrentamos a cambios rápidos y estímulos novedosos, así como a personas con historias de vida diferentes y concepciones distintas, que hacen necesario volver a la conversación y llegar a acuerdos pare resolver diferencias no por la fuerza, sino a partir del mejor argumento. 

De ahí la importancia de que la educación ofrezca un enfoque intercultural amplio que abra oportunidades para que los ciudadanos se formen criterios conducentes a tomar decisiones adecuadas en la pluralidad, el respeto y aprecio por las diferencias. Es necesario recuperar una escuela que conduzca a la formación de ciudadanos libres, críticos, autónomos, democráticos y tolerantes. Pero, no es sólo la escuela la que debe proveer estas oportunidades: en una sociedad que aprende, los estímulos diarios deben actuar como centros de aprendizaje: la relación familiar, los amigos del barrio, el ambiente de trabajo, los medios de comunicación, la tecnología.

La educación contribuye a reducir los índices de pobreza; un ambiente educativo interesante para jóvenes contribuye a liberar a las nuevas generaciones de los tentáculos de la violencia; un ambiente ciudadano informado desarrolla autonomía y responsabilidad. Sólo en este reconocimiento compartido por todos podemos alcanzar mayores niveles de desarrollo para construir el país que queremos.

EL NUEVO DÍA

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