Oficialmente lentos

Los tolimenses e ibaguereños hemos sido señalados como prototipos de la lentitud y, con razón, se citan ejemplos como el Panóptico, los diseños de los escenarios para los Juegos Nacionales, la implantación del programa de transporte público o la realización de las obras del acueducto complementario.

Notoriamente agitado está el cotarro local por disposiciones y decisiones que tienen que ver con el tránsito en la capital del Tolima. El ciudadano no alcanza a digerir las modificaciones y alteraciones que han de presentarse en su vida cotidiana por cuenta de las nuevas resoluciones.

La perplejidad es mayor, pues en su diario discurrir encuentra tal cantidad de falencias que en su solución podrían emplearse muchos de los recursos y la actividad de los funcionarios a los que se les va a asignar la realización de las nuevas tareas.

Al desgaire se pueden mencionar: reparación, adecuación y ampliación de la malla vial; dotación de una suficiente, moderna y coordinada red de semáforos; rediseño y aplicación precisa de rutas del transporte público; estricto cumplimiento del ordenamiento legal en cuanto a la utilización de paraderos, recolección de pasajeros y horarios de servicio de los vehículos de transporte público; utilización del personal destinado a las labores de tránsito en la intervención de los lugares neurálgicos del tráfico urbano.

La ciudadanía reclama, con razón, que en cualquiera de esas tareas se verían utilizados con mayor eficiencia los recursos que se han de dedicar a asuntos como el sistema de fotomultas y, sobre todo, que cualquiera de los mencionados debería tener una atención prioritaria.

A lo anterior se suma una serie de determinaciones que a más de resultar un nuevo incordio ha de emplear la disponibilidad de la planta de personal actual.

Resulta paradójico que mientras el programa Bogotá Cómo Vamos señala como una de las mayores deficiencias la reducción de la velocidad de los diferentes medios de transporte a guarismos cercanos a los 30 kilómetros por hora, en Ibagué y por decreto se establezca que en numerosos sitios de la ciudad esa ha de ser la velocidad máxima que puedan alcanzar los vehículos so pena de sancionar a sus conductores.

Los tolimenses e ibaguereños hemos sido señalados como prototipos de la lentitud y, con razón, se citan ejemplos como el Panóptico, los diseños de los escenarios para los Juegos Nacionales, la implantación del programa de transporte público o la realización de las obras del acueducto complementario.

El establecimiento, por parte de la Administración, de una velocidad máxima de 30 kilómetros por hora determina de manera oficial a Ibagué como la más lenta de las ciudades. Al menos así lo estima un agudo analista de la situación local.

Razón tienen quienes protestan ante tal cúmulo de estulticia.

REDACCIÓN EDITORIAL

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