Insultos a granel

Se decía al principio de esta nota que la queja de la Cancillería colombiana era tardía e incompleta.

La reacción del Gobierno colombiano con relación a ciertos sucesos ocurridos en Venezuela se antoja tardía e incompleta, pero pertinente ante lo que parece un proceso irreversible.

Sin duda hay acuerdo sobre la independencia que debe tener el pueblo venezolano para darse la clase de gobierno que les venga en gana y sobre quienes deben acceder a las más altas dignidades del Estado. Vale decir, esos son asuntos de su fuero interno, pero eso no quiere decir que a los actores políticos les quede vedado invitar a quienes les plazca para hablar sobre temas como democracia, economía, medio ambiente, petróleo, ébola o chikunguña y que la presencia en el país vecino de expresidentes de la región sea recibida con los insultos y epítetos usuales establecidos por Chávez y continuados por sus sucesor el “gran conductor” Nicolás Maduro.

De otra manera se habría podido informar a los visitantes de la negativa a visitar a Leopoldo López, a quien el mismo yerno de Chávez y actual vicepresidente considera un prisionero político.

Se decía al principio de esta nota que la queja de la Cancillería colombiana era tardía e incompleta. Tardía, ya que hace largo rato que Maduro, Cabello, Arreaza y otros connotados continuadores de la fracasada revolución solo utilizan insultos y deprecaciones para referirse a dignatarios en ejercicio o en retiro que se atrevan a opinar sobre la innegable crisis que afecta a quienes habitan la patria del Libertador.

Crisis a la que se añade la persecución a la prensa, a los estudiantes, a los opositores y se manifiesta con la destrucción del aparto productivo y el desabastecimiento, constante y entrañablemente unidos a esa errática variedad de estalinismo tropical.

Incompleta, ya que no ha habido un pronunciamiento acorde con los abusos a los que se somete a centenares de colombianos que viven en el país vecino y a quienes se culpa de todo lo malo que allí ocurre, por lo que se les persigue, se les abusa y se les expulsa.

Las dos características tienen explicación en el deseo del Gobierno colombiano de no entorpecer las conversaciones de paz de La Habana; pero ante la inequívoca señal de Cuba de desprenderse de un gobierno que se ha convertido en un verdadero lastre y buscar más auspiciosas relaciones, decidieron dar el paso de conversar con los Estados Unidos y la Cancillería a actuar como lo ha hecho.

La respuesta era previsible: más insultos, más ataques a los inefables fascistas, apátridas y fósiles que muestran que el “gran conductor” no tiene idea de gobernar, pero sí es muy ducho para peleas callejeras y confrontaciones de barriada.

REDACCIÓN EDITORIAL

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