No existe receta común

En cuanto hace al Tolima y pese a los compromisos que nacen en La Habana se sabe que la orden de no reclutar menores no se está cumpliendo, pues en Natagaima, en El Tambo y a ambos lados del río en el 2015 se ha llevado la guerrilla a 15 niños de apenas 12 años y el miedo hace que la gente se desplace y otra se suma en el silencio.

Muchos hablan de paz y mucho sobre lo que ha de hacerse en tiempos del posconflicto, organismos nacionales e internacionales celebran foros, encuentros, reuniones y conferencias a las que acuden peritos de diversos países y de diferentes lenguas.

Se reparten cuadernos, libretas, fotocopias y lapiceros marcados para justificar presupuestos, burocracia y viajes. Otros tantos viajan a denigrar del proceso y a predicar sobre la inminente toma del país y las instituciones por cuenta de los violentos, y, en su empeño, consolidar con sus correligionarios el evangelio de la solución violenta.

El país cansado de la destrucción, hastiado de la sangre, ahíto de corrupción y anegado en promesas espera resultados de las conversaciones de La Habana y anhela que se produzcan resultados rápidos, sin que vengan acompañados de una gramática difusa y con convenios inaplicables.

En tanto en las regiones y los municipios (principalmente los afectados en materia grave) se confronta la realidad de los efectos de un conflicto que ha mutado a través de lustros y decenios y, qué duda cabe, tomará largo tiempo, ingentes recursos y grandes dosis de generosidad y perdón para lograr restañar las heridas de una guerra que no ha solucionado nada y, por el contrario, ha abierto otras llagas en el alma de los ciudadanos y el cuerpo de la nación.

Con cada día que pasa se va llegando al convencimiento de que no hay un remedio que sirva para atender todos los males, pues si bien ha habido acciones dañinas comunes, los orígenes ideológicos no son idénticos ni las afectaciones similares.

Ya lo decía Mao en el Foro de la Cultura de Yenán: “Para hacer la guerra revolucionaria en la China se precisa, primero, a prender a hacer la guerra; luego, la guerra revolucionaria y, finalmente, la guerra revolucionaria en la China”. Parafraseándolo hay que decir que para hacer la paz en las diferentes regiones se requiere, primero, conocerlas y, luego, saber el significado y las circunstancias que las hacen tan particulares, por lo que habrán de aplicarse remedios propios de las situaciones vividas.

En cuanto hace al Tolima y pese a los compromisos que nacen en La Habana se sabe que la orden de no reclutar menores no se está cumpliendo, pues en Natagaima, en El Tambo y a ambos lados del río en el 2015 se ha llevado la guerrilla a 15 niños de apenas 12 años y el miedo hace que la gente se desplace y otra se suma en el silencio.

De otro lado, y por si lo ignora el gobierno, la paz se ha de forjar a orillas del Magdalena, pero no privatizando el río o desperdiciando billones de pesos en tareas que en nada han de servir, distinto de llenar la faltriquera de los contratistas, que harán el despojo a espaldas de la gente que vive en las riberas del río y sus afluentes.

REDACCIÓN EDITORIAL

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