Conejillos de indias

El costo de tal investigación debe recaer sobre quienes se han beneficiado financieramente del uso del químico. Por supuesto, no es la humanidad la que debe seguir siendo utilizada como conejillo de indias en la experimentación de los productos potencialmente peligrosos.

Desde cuando los Estados Unidos empleaban el glifosato en su guerra contra el Viet Cong en las selvas y arrozales de Viet Nam en los años 60 del siglo pasado ha tenido lugar una controversia mundial sobre los potenciales efectos dañinos que el químico puede tener en los seres humanos.

De la polémica no ha estado exenta Colombia por dos razones principales: la aspersión que se realiza en diversas regiones para la erradicación de los cultivos de coca y el uso indiscriminado del producto utilizado en la agricultura comercial bajo el nombre de Roundup, un herbicida que le ha proporcionado miles de millones de dólares de utilidad a la multinacional Monsanto, que es la productora y distribuidora del agroquímico.

De otro lado, el Roundup es esencial en la producción de soya y maíz genéticamente modificados que hacen parte de los paquetes tecnológicos que se comercializan en todo el mundo con el emblema de la productividad y la reducción de costos. Programas que han hecho caer en desuso prácticas amigables con el entorno y la naturaleza como la rotación de cultivos y variedades y la utilización de abonos orgánicos.

El controvertido químico ha estado en la mira de los investigadores y ambientalistas que han advertido, desde los años 70 del siglo XX, sobre la aparición de ciertos tipos de cáncer en seres humanos y la utilización del Roundup, así como de otros dos productos empleados en la agricultura como el malathion y el diagimon.

Finalmente ha sido la Agencia Internacional para la Investigación Sobre el Cáncer, la respetada institución que hace parte de la Organización Mundial de la Salud OMS, la que declaró al comienzo del mes que el Roundup puede estar ligado a la aparición de una agresiva variedad de cáncer: el linfoma de no- Hodgkin, bien por el contacto directo por campesinos y operadores, bien por los residuos que queden en los organismos modificados genéticamente.

Como lo advierte un columnista del New York Times hay una vieja máxima en medicina que dice: “es mejor prevenir el daño que curarlo”.

Pues bien podría aplicarse al uso del químico y, para el efecto, debería realizarse una exhaustiva y, sin duda, costosa investigación, por parte de entidades independientes y libres de sospecha, para determinar los peligros o la ausencia de ellos que entraña el uso del glifosato.

El costo de tal investigación debe recaer sobre quienes se han beneficiado financieramente del uso del químico. Por supuesto, no es la humanidad la que debe seguir siendo utilizada como conejillo de indias en la experimentación de los productos potencialmente peligrosos.

REDACCIÓN EDITORIAL

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