Editorial: La mujer objeto y los reinados de la silicona y el bisturí

Las publicaciones recientes que han provocado el rechazo de autoridades y comunidad tienen un nexo común: la cultura mafiosa que permeó amplios sectores ciudadanos y estableció parámetros bien controvertidos en grandes capas de la población.

Ciertas comunidades acostumbran a negar la existencia de claros problemas sociales en lugar de emplearse a fondo en sus solución y dedicar esos esfuerzos a propiciar las mejoras colectivas a los problemas que las laceran.

Así le ha sucedido a Medellín recientemente cuando ha sido objeto de publicaciones en medios de difusión internacional, de enorme credibilidad e influencia. La respuesta de las autoridades y de amplios sectores de la ciudadanía ha sido la de tachar de sesgados y malintencionados a los informes y los periodistas, en lugar de reconocer la existencia y gravedad del problema.

Por cierto, cuando con razón se alaba en medios internacionales los enormes avances logrados en la capital antioqueña en asuntos tecnológicos, de movilidad o la creación de agradables espacios para la recreación colectiva, entonces esos mismos medios se convierten en acertados, serios y equilibrados.

Las publicaciones recientes que han provocado el rechazo de autoridades y comunidad tienen un nexo común: la cultura mafiosa que permeó amplios sectores ciudadanos y estableció parámetros bien controvertidos en grandes capas de la población.

La primera, que se adicionaba con videos, daba cuenta de diversos aspectos del turbio negocio relacionado con la abierta y censurable industria de la prostitución y el turismo sexual, con aristas realmente dolorosas como la inducción al tráfico de menores de edad por parte de sus mismos familiares. Circunstancia que no puede rebatirse ya que basta acudir a los alrededores de la Plaza de Berrío, el Parque de Bolívar o la Plazuela Nutibara y allí a más de esculturas de Botero y estatuas de próceres se encontrará la oferta de prostitutas de todas las edades y en número que asombra.

La segunda, la que parece ser una adicción a innecesarias y riesgosas cirugías estéticas en jovencitas que apenas salen de la pubertad, derivados de controvertidos parámetros de vida y aspiraciones que se confunden con épocas que no han podido ser erradicadas. A tal punto que el propio gobernador y su esposa han encabezado jornadas para suprimir la cultura de los reinados escolares y concursos de modelaje de niñas y adolescentes.

El problema ya ha adquirido connotación nacional y se escuchan voces que pretenden proscribir la práctica de cirugías estéticas innecesarias en menores.

REDACCIÓN EDITORIAL

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