Editorial: Una historia de amor y odio

El Gobierno y el pueblo colombiano, en tanto, debe acoger a los miles de nacionales que huyen o son expulsados y, de paso, utilizar todos los instrumentos legales y diplomáticos para distanciarse de la pandilla que gobierna desde Miraflores, amás de denunciarla internacionalmente.

Querer reducir las diferencias colombo-venezolanas a las estupideces del analfabeta presidente Maduro solo puede indicar un craso desconocimiento de la historia.

Las desavenencias, así como el destino común de las dos naciones, se hunden en las brumas de la memoria colectiva, desde la época en que la Audiencia de Santo Domingo incorporó al Virreinato de la Nueva Granada a la que vino a llamarse Capitanía General de Venezuela. La Independencia fue una gesta común desde la llegada de Bolívar desplazado de Caracas y recibido en la Nueva Granada por Santander y los patriotas que estuvieron presentes con tropas de la Capitanía en la emancipación de lo que hoy son Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú Venezuela y Panamá.

Tenemos héroes comunes: Bolívar, Santander, Sucre, Ricaurte, Soublette, Girardot. Bandera común: Inspirada en la rusa por Francisco Miranda. Frontera común: más de dos mil 600 kilómetros. Idioma distinto: Como cualquiera que cruce la frontera o presencie un programa de Globovisión o Venevisión lo podrá atestiguar. Dispares preferencias por los procesos electorales. Abismales diferencias en las riquezas naturales. Y así, ad infinitum.

Nuestros vecinos tiene una atávica preferencia por líderes rústicos, atrabiliarios y dictadores: Páez, Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez, Herrera Campins, Chávez y este que es el superlativo de los palurdos. Claro que de estelado de la frontera hemos contribuido con nuestra propia colección de sátrapas, abusadores y bandidos.

Los contrastes se agudizaron con el auge petrolero desde Juan Vicente Gómez y el genocidio iniciado a mediados del siglo pasado por la Violencia partidista y posteriores que propiciaron un éxodo masivo de colombianos en busca de trabajo y para conservar sus vidas. Se calcula en más de cuatro millones y medio los colombianos asentados en el vecino país (una sexta parte de la población de Venezuela, sin contar segunda y tercera generación), en su mayoría gente pobre, trabajadora y pacífica que ha contribuido con su esfuerzo a la consolidación del vecino país y, por supuesto, una minoría de hampones, tránsfugas, ladrones y delincuentes.

Hay que señalar con precisión lo ocurrido en los tres últimos lustros con el advenimiento del chavismo: Invitación a colombianos a migrar, con oferta de nacionalidad para engrosar las huestes políticas del coronel; puertas abiertas y santuario para grupos armados ilegales colombianos como las Farc y el ELN (nadie olvida el cariño de Cabello para con los contingentes de las Farc en un episodio televisado y ampliamente difundido); presencia imperturbable de narcotraficantes en Venezuela y derroche de recursos acaparados por una panda de validos que une a su ordinariez e ineptitud una avaricia inconmensurable, que ya no guarda siquiera las apariencias: Cilia Flórez tiene como actual esposo a Maduro y eso le ha valido para ser Procuradora General y miembro de la Asamblea Nacional. La esposa de Cabello es ministra de Turismo (recientemente abucheada en Playa Morrocoy). Carlos Erick Malpica (sobrino de Cilia) es Tesorero Nacional y vicepresidente de Finanzas de la petrolera PDVSA. Jorge Arreaza, el vicepresidente, es casado con Rosa Virginia una hija de Chávez; la otra, María Gabriela (aficionada a posar en redes sociales en ropa interior) es embajadora ante la ONU y así hasta el cansancio.

Chávez, por cierto, conformó los Colectivos sociales o Bolivarianos y los armó con armas largas; al principio obraban como fuerza de choque del chavismo, pero últimamente se han convertido en organizaciones delictivas que tienen a Venezuela como uno de los países más violentos.

Las próximas elecciones de diciembre se antojan desastrosas para el partido de gobierno, por lo que Maduro y Cabello han optado por unas fórmulas antiquísimas: el anticolombianismo, la supresión de derechos fundamentales y la persecución de los más débiles y vulnerables. En su inmensa ineptitud son capaces de iniciar una guerra en la frontera para mantenerse en el poder y, con ellos, un ejército corrupto y una Guardia Nacional que se lucra de la corrupción y el contrabando.

No hay que olvidar que la taifa de abusadores, corrupta y palurda, ha sido elegida por el voto popular y es el mismo electorado el que debe relevarla.

El Gobierno y el pueblo colombiano, en tanto, debe acoger a los miles de nacionales que huyen o son expulsados y, de paso, utilizar todos los instrumentos legales y diplomáticos para distanciarse de la pandilla que gobierna desde Miraflores, amás de denunciarla internacionalmente.

REDACCIÓN EDITORIAL

Comentarios