Editorial: Otros tiempos, otra gente

Puede que se exagere pero al paso que se avanza solo habrá en Ibagué torneos de golf y de bolos. Y la Administración se enorgullece de que dejará unas magníficas instalaciones (está por verse) y que no importa que los torneos se asignen a otras regiones.

En memoria de Roberto Mejía Caicedo.

Con gran alborozo y expectativa fue recibida la designación del Tolima (particularmente de Ibagué) y Chocó como sedes de los XX Juegos Nacionales y IV Para nacionales. En la capital del Tolima inmediatamente vinieron a la memoria las imágenes de los IX Juegos que se celebraron en 1970, con gran boato y orgullo cívico (no sin inconvenientes que fueron superados con éxito) y que significaron, para la ciudad un punto de quiebre desde la parte urbanística, la dotación de una muy completa infraestructura para la práctica deportiva, la conformación de un contingente de deportistas que en representación de la región cumplió un destacado papel en las justas, hasta de un florecimiento del espíritu cívico en el que contribuyeron los diferentes sectores que hicieron del evento una fiesta deportiva y una celebración ciudadana sin parangón.

En esta ocasión había limitaciones parecidas, pero las oportunidades eran similares. Era el momento (hay que recordar que para los días de la designación no se vivían los recientes problemas fiscales) y la ocasión única y feliz de reclamar con argumentos sólidos la participación del Gobierno nacional, no solo en recursos para la adecuación y construcción de escenarios, sino para la obtención de elementos esenciales para la vida cotidiana de una ciudad que supera los 600 mil habitantes (de los cuales el 10 por ciento son desplazados) y cuenta con una población flotante de varios cientos de miles más.

Algunos ilusos llegaron a creer que así se lograría una solución a los problemas de suministro de agua y a desarrollar un plan maestro de alcantarillado (el Gobierno nacional mantuvo una permanente oferta de recursos); que finalmente Ibagué tendría cabida en el Plan de Ciudades Amables y se desarrollaría un programa de transporte masivo adecuado para los crecientes problemas de movilidad; que se replicaría algo similar a los desarrollos urbanísticos de 1970 e inclusive uno similar al complejo Metaima para brindar alojamiento a los competidores, que se auparía a Aeronáutica Civil para dotar a la ciudad de un aeropuerto de características acordes con la evolución de la ciudad y los requisitos elementales de competitividad que, por supuesto, no se solucionan con las migajas que tradicionalmente asigna Aeronáutica y no sirven ni para tener un servicio de inodoro decente y... Falsas ilusiones.

A dos meses de la inauguración ya comienzan las excusas pues puede decirse con certeza que nada de lo mencionado se hizo y, en cuanto a escenarios se refiere, lo único cierto es que la demora y la manipulación de los contratos se saldó con la asignación a gente sin experiencia, carente de los recursos técnicos y económicos requeridos y que tan solo han cumplido con la entrega de renders y la demolición de la infraestructura que existía. Puede que se exagere pero al paso que se avanza solo habrá en Ibagué torneos de golf y de bolos. Y la Administración se enorgullece de que dejará unas magníficas instalaciones (está por verse) y que no importa que los torneos se asignen a otras regiones.

La ciudad quedará como la parte sur de las bestias que van para el norte y eso no le importará a la Administración ni a sus correveidiles, pues los contratos quedaron adjudicados y eso era lo que les angustiaba.

REDACCIÓN EDITORIAL

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