Editorial: Un nuevo amanecer

Lo ocurrido en La Habana marca el inicio de un nuevo día y un auspicioso amanecer para Colombia y los colombianos, en los que, por fin, se puede pensar seriamente en la construcción de la conciliación y la paz.

Fue una ceremonia que provocó emociones dentro y fuera del país y conmovió a víctimas, jóvenes, ciudadanos de uniforme y a los partidarios de la paz.

Estaban allí los representantes de los países garantes: Cuba y Noruega. Los presidentes de los países que han servido de testigos de las conversaciones: Chile y Venezuela. El Secretario General y los presidentes del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Los presidentes de El Salvador, México y República Dominicana, así como delgados de Estados Unidos y la Unión Europea.

De Colombia hubo legión: el Presidente Santos, supremo gestor de la negociación; los monseñores; representantes de las diversas formaciones políticas que han apoyado el tortuoso proceso; Enrique, el hermano del presidente; representantes de la sociedad civil y los arquitectos de los términos del acuerdo, tanto del Gobierno nacional como de la guerrilla de las Farc.

Todos asistían a la firma del compromiso del cese al fuego y de hostilidades, bilateral y definitivo entre el Gobierno y las Farc, que hace parte del tercer punto convenido en el inicio de las conversaciones, por lo que solo resta un último punto de los seis para que todo quede acordado.

Como complemento indispensable se estableció el trámite requerido para la dejación de las armas, la definición de las más de dos decenas de zonas donde han de ubicarse los guerrilleros desmovilizados, el régimen de esos territorios y la composición de los contingentes liderados por la Organización de Naciones Unidas, que ha de supervisar y proteger a quienes allí se instalen por un máximo de seis meses.

Resulta muy positivo y brinda la confianza necesaria al documento el hecho de que la verificación de su estricto cumplimiento quede en manos del organismo internacional (con el apoyo de equipos aportados por los países que apoyan el proceso). De esta manera se evitarán payasadas como las ocurridas en el gobierno anterior, cuando fueron presentados como supuestos integrantes de una ignota formación guerrillera llamada Bloque Cacica La Gaitana y del Bloque Tolima de los paramilitares, que incluyó a basuqueros del Bronx, jóvenes desempleados de Bogotá e Ibagué, armas de madera y hasta una avioneta varada. De la misma manera no será admitida una concentración como la de los paramilitares en Ralito, en donde se escenificaba una permanente rumba y se fraguaban toda clase de crímenes, o cuando los supuestos integrantes de los grupos violentos fueron trasladados a La Ceja a un centro recreacional de una caja de compensación.

La firma de este penúltimo acuerdo convierte en imperativa la culminación de las negociaciones en un corto plazo. Así se retirarán del conflicto más de siete mil combatientes y colaboradores, con las armas que portan que, sin duda, han de producir una reducción inconmensurable en las acciones violentas y los padecimientos de millones. Por supuesto que falta un acuerdo con el ELN y el desmantelamiento de las bacrim.

Lo ocurrido en La Habana marca el inicio de un nuevo día y un auspicioso amanecer para Colombia y los colombianos, en los que, por fin, se puede pensar seriamente en la construcción de la conciliación y la paz.

REDACCIÓN EDITORIAL

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