Editorial: Lo que puede la edición

La ordalía amainó cuando se mostraron en el Congreso las cartillas que, en similar sentido, habían sido divulgadas en el gobierno de Álvaro Uribe cuando la Ministra era Cecilia María Vélez

Un sano ejercicio para entender los procesos de manipulación a los que se ve enfrentado el ciudadano del mundo se pudo apreciar con ocasión de la celebración de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro.

Unos meses atrás los más importantes medios de comunicación de la tierra (en especial los del primer mundo) aparecían llenos de historias que señalaban la catástrofe en salud que significaría la plaga del zika en medio de un evento orbital con la presencia de miles de personas de los diversos lugares del mundo. No pocos clamaban por la suspensión de los Juegos y atletas de alto renombre renunciaron a representar a sus países ante el temor del contagio. A lo anterior se sumó la amenaza terrorista que daba como inminentes los atentados a ocurrir en medio de los escenarios y las aglomeraciones y añadían truculentas historias sobre la situación de orden público en Río y la amenaza que se cernía sobre deportistas y turistas por cuenta del accionar del hampa carioca.

Pues bien, los Juegos terminaron con gran éxito el pasado domingo y del zika nadie volvió a hablar, las amenazas terroristas no se concretaron y de los actos del hampa local solo vino a trascender un auto robo fraguado por un grupo de nadadores estadounidenses que intentaron crear un escándalo para ocultar su inmadurez y falta de seso por actos de vandalismo protagonizados por ellos mismos.

En tanto la epidemia de zika, por razones de distinta índole, se ha trasladado al sur de la Florida, en plena temporada turística y los casos se multiplican sin control, paradójicamente a nadie se le ha ocurrido hacer campañas para constreñir el turismo a Miami y sus alrededores ni los medios incluyen en sus informaciones notas que enfaticen el peligro del contagio a los viajeros.

Ya en el plano local vimos la desbordada histeria de la extrema derecha, varias sectas religiosas y fanáticos de diferentes cataduras (a los que se sumaron miles de personas de buena fe que no tenían plena información sobre lo ocurrido), contra el Gobierno y, particularmente, contra la Ministra de Educación, por la tarea desarrollada en procura de hacer cumplir un fallo de la Corte Constitucional.

Las redes sociales hervían con estupideces de toda laya que solo tenían como trasfondo la identidad sexual de la funcionaria. Hasta revistas pornográficas belgas fueron utilizadas en el montaje que desnudaba la homofobia.

La ordalía amainó cuando se mostraron en el Congreso las cartillas que, en similar sentido, habían sido divulgadas en el gobierno de Álvaro Uribe cuando la Ministra era Cecilia María Vélez. Pero ya habían salido a la palestra la patanería del converso Everth Bustamante, la inocultable estulticia de Ernesto Macías, la incontinencia verbal de Paloma Valencia y el fanatismo del Procurador Ordóñez y sus inquisidores.

REDACCIÓN EDITORIAL

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