Tras cuatro años de intensas negociaciones el país recibe esperanzado la noticia de que se ha concretado el acuerdo definitivo entre el Gobierno y las Farc que supone el final de la confrontación de más de 52 años.
Los dos puntos que restaban de los seis establecidos en la agenda han llegado a feliz término y, como se determinó al comienzo, finalmente todo está acordado. Viene ahora, en fecha a establecer, la firma del documento de 200 páginas, ceremonia que estará a cargo de Humberto de la Calle, por parte del Gobierno e Iván Márquez, en representación de las Farc, lo que ha de dar paso a ineludibles y esenciales pasos: el primero de ellos, la reunión del pleno de las Farc que tendrá lugar en el Meta con la participación de 500 guerrilleros en los primeros días de septiembre; tan pronto esté firmado el acuerdo el Presidente lo enviará al Congreso para su aprobación, con lo que se podrá convocar a un plebiscito para su refrendación o negación en los primeros días de octubre.
Del resultado de este último comenzará el arduo, costoso y complejo proceso de construcción de la paz, consolidación de la conciliación y reconstrucción de un alterado tejido social que tendría que contar con la participación de todos.
La noticia ha sido recibida con beneplácito y alegría por amplios sectores y permite la iniciación de un intenso período de divulgación del texto final para que la ciudadanía decida si adhiere al convenio o lo rechaza.
Indiferente a lo que ocurra debe registrarse lo alcanzado hasta el momento, primordialmente la práctica desaparición de las confrontaciones bélicas, los hechos de guerra, las tomas a poblaciones, la instalación de minas, el secuestro y el reclutamiento de menores, que se traduce en un sentimiento colectivo de sosiego que no se experimentaba por lustros.
Lo alcanzado es fruto de la voluntad política del Gobierno, el compromiso y trabajo empecinado de los comisionados y el apoyo de la comunidad internacional desde Noruega y Cuba, como garantes; de Chile y Venezuela como facilitadores y de la ONU, la OEA, la UE, el Vaticano y gran cantidad de países amigos que facilitaron los trámites, han aportado tiempo, gente y recursos, a más de que se han ofrecido a hacerlo en la medida que se avance en la agenda.
Se espera con ansia el texto definitivo para estudiarlo y divulgarlo, de manera que la expresión popular sea inobjetable.
En tanto se percibe un espíritu de optimismo y esperanza que permite augurar cosas mucho mejores para los colombianos.
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