Armero, 32 años

Tal es el caso de José Cliomer Hernández y Beatriz Carvajal, quienes, bordeando los 70 años de vida, aun guardan el anhelo de ver antes de morir, a sus tres hijitos de quienes supieron por boca de amigos suyos, que habían sobrevivido a la tragedia.

Podrán pasar 100 años y el país entero seguirá recordando lo ocurrido en Armero. El pasado lunes y cuando se cumplieron 32 noviembres, luego de la tragedia que enlutó a Colombia en 1985, además de recordar y conmemorar con profunda tristeza el hecho, hay que lamentar que en todos estos años en nada han avanzado las muchas incógnitas que se han planteado sobrevivientes y familiares de víctimas, quienes hoy siguen preguntando especialmente por los niños que fueron dados tan rápidamente en adopción.

Las responsabilidades de lo ocurrido más allá del reclamo a Dios inmortalizado por el maestro Rodrigo Silva, se quedaron en las culpas políticas que no trascendieron como se hubiera querido, y en miles de preguntas a una entidad como el Bienestar Familiar que a todas luces no supo sortear con éxito el momento trágico.

Parece mentira, pero año tras año, los Armeritas sobrevivientes distribuidos en diferentes zonas del país, acuden a la cita, no solo para llevar un ramo de flores a las improvisadas tumbas en donde sospechan estaban sus casas y parientes muertos, sino también para expresar nuevamente su voz, y preguntar y rebuscar entre los recuerdos, alguna pista que los lleve a encontrar a sus seres queridos que nunca aparecieron. Jamás encuentran respuestas.

Este año, como cada 13 de noviembre, cientos de personas llegaron a las ruinas de Armero, para participar de una misa oficiada por el Obispo José Luis Henao, y para escuchar un concierto a manera de homenaje de parte de la Sinfónica Casa del Arte. No obstante, también se encontraron con que la invasión de vendedores ambulantes, comerciantes, y todo tipo de carpa de negocio es tal, que el evento y que debería estar marcado por el respeto a la memoria de las víctimas y del consagrado camposanto por el Papa Juan Pablo II, pareciera un bazar improvisado de mal gusto en donde impera la ley de oferta y demanda.

Hoy y siempre será válido recordar y darles voz a aquellas familias Armeritas que, a lo largo de estas más de tres décadas, jamás han perdido la esperanza de encontrar a sus hijos perdidos vivos, a sus hermanos, a sus amigos, y quienes para la época se separaron de ellos por X o Y razón. Tal es el caso de José Cliomer Hernández y Beatriz Carvajal, quienes, bordeando los 70 años de vida, aun guardan el anhelo de ver antes de morir, a sus tres hijitos de quienes supieron por boca de amigos suyos, que habían sobrevivido a la tragedia y habían sido vistos en televisión un día después, mientras ellos se debatían entre la vida y la muerte.

Como ellos, muchas personas más, habitantes de los barrios Ciudad Blanca, Nuevo Armero, entre otros en Ibagué, se preguntan también por el famoso libro rojo del Icbf el cual conserva los registros de los niños de Armero, y que han guardado con misterio durante todo este tiempo, sin que se haya podido hacer mucho para encontrar las respuestas esperadas, quizás ocultando un mal proceder para aquellos días.

REDACCIÓN EDITORIAL

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