Diálogo y protesta social

Es hora de que evolucionemos en ese campo y que tanto el Estado como los distintos sectores sociales entiendan que lo que debemos superar son las formas violentas de expresión y el uso de ellas como vehículos de reivindicación, cosa que la historia reciente demostró como trágico e inútil.

La muerte del patrullero Boris Alexánder Benítez marca un nuevo punto de referencia de lo que han sido las protestas indígenas sobre la vía Panamericana en el Cauca, que hasta ahora tiene con problemas de abastecimiento a ese departamento, además de Valle, Putumayo y Nariño.

La muerte del patrullero, según ha dicho el presidente Iván Duque, indicaría que entre los manifestantes se han infiltrado miembros de grupos armados, que, como ha ocurrido en el pasado, aprovechan la situación para atacar a las fuerzas del Estado.

Lo que es un hecho incuestionable es que la manifestación se ha tornado violenta, al punto de que a las marchas, plantones y pancartas siguieron los bloqueos y los daños a la vía, todo esto para concluir en la muerte del patrullero Benítez y las heridas de bala a otros siete miembros de la Policía y el Ejército.

La pregunta en este punto es ¿de qué sirve una protesta después de que se ha dejado contaminar por la violencia extrema? Las reclamaciones no se hacen menos válidas, por supuesto, pero la protesta misma, como expresión social protegida constitucionalmente se desvirtúa en el momento en que se conculcan los derechos de los demás y se afecta la calidad de vida de grandes sectores de la población.

Es hora ya de que en el país quienes deseen manifestarse lo hagan dentro de la consideración de que su reclamo no sirva de justificación para los grupos violentos o para afectar directa o indirectamente a otras personas o comunidades ajenas a la problemática.

Está claro que el derecho a la protesta no puede restringirse, pero debe regularse por la prudencia de las fuerzas del Estado en su control, y, sobre todo, por la madurez, la conciencia y la prudencia de quienes la ejercen. Es hora de que evolucionemos en ese campo y que tanto el Estado como los distintos sectores sociales entiendan que lo que debemos superar son las formas violentas de expresión y el uso de ellas como vehículos de reivindicación, cosa que la historia reciente demostró como trágico e inútil.

Es hora también de que se sienta la presencia del Estado y de que el presidente Iván Duque asuma directamente el manejo de la crisis del Cauca, antes de que se agudice.

REDACCIÓN EDITORIAL

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