¿Y no era mejor suspender las clases?

¿Cómo van a poder los profesores y colegios controlar el distanciamiento social a decenas de jóvenes inquietos, juguetones cuya cercanía es su principal mecanismo de interacción?

Desde el lunes 16 de marzo, miles de estudiantes de colegios públicos y privados en Colombia no volvieron a clases presenciales. La medida, adoptada por el presidente Duque, fue oportuna. Buscaba evitar un contagio masivo de jóvenes a quienes el coronavirus afecta en menor proporción, pero son vehículos conductores de la mortal pandemia.

Desde el pasado 20 de abril, y luego de agotar el periodo de vacaciones, el gobierno decidió que los estudiantes debían regresar a su proceso de formación académica, pero a través de lo que se denominó el trabajo en casa. Esa modalidad no ha sido otra cosa que emplear la virtualidad en un país que, en un alto porcentaje, adolece de cobertura de internet; principalmente, en regiones apartadas donde ni siquiera se conocen aplicaciones como Whatsapp porque las familias apenas tienen una “flechita” con la que pueden hacer escasas llamadas, a ciertas horas del día y subiéndose a cerros empinados.

Pero, para la ministra María Victoria Angulo, ese modelo avanza “satisfactoriamente”, porque sólo habla maravillas. Muchas familias pobres de regiones dispersas no cuentan con un computador, menos con acceso a internet. El modelo, definitivamente, desnudó ese infranqueable muro de las desigualdades que presenta la educación en Colombia por falta de infraestructura.

Ahora, el gobierno del presidente Duque anunció el regreso a clases presenciales a partir del 1 de agosto. Ante la avalancha de críticas, le han puesto arandelas a los anuncios: que no son del todo presenciales, que será una combinación virtual-presencial y que será gradual. Padres de familia, directivos docentes y hasta estudiantes que ya vieron los estragos depredadores de la pandemia se mostraron, radicalmente, opuestos  a esa decisión de volver a las aulas y por eso memes como “Los colegios no pueden controlar una piojera, ahora van a poder controlar el Covid 19”, se volvieron virales.

¿Cómo van a poder los profesores y colegios controlar el distanciamiento social a decenas de jóvenes inquietos, juguetones cuya cercanía es su principal mecanismo de interacción? ¿Acaso no era mejor suspender las clases por todo el año, mientras pasa la pandemia o aparece una vacuna? Sumado a la deficiente educación de estos meses, porque la virtualidad es precaria, ahora viene la preocupación latente del contagio masivo en las aulas. El riesgo es muy alto y las consecuencias podrían ser catastróficas.

EL NUEVO DÍA

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