Minga en medio de la pandemia

Lo cierto es que la suerte está echada y en este pulso entre el Gobierno y los indígenas deberá imperar el diálogo respetuoso y la voluntad de llegar a una salida concertada. La experiencia señala que la protesta violenta y la represión oficial no conducen a soluciones duraderas.

Cerca de siete mil personas avanzan hacia Bogotá, en la denominada minga indígena del suroccidente. Después de dos días de diálogo con representantes del Gobierno nacional sin alcanzar ningún acuerdo, los líderes del movimiento decidieron dirigirse a la capital de la República, con el propósito de ser escuchados por el presidente, Iván Duque Márquez.

Los marchantes esgrimen como motivos para reclamar, su rechazo a la violencia a la que han sido sometidos, especialmente en el Cauca donde se han cometido nueve masacres en lo corrido del año y han sido asesinados 47 líderes indígenas; el despojo de tierras del que han sido objeto, su oposición a la criminalización de la protesta y la exigencia por el respeto de los acuerdos de paz y que se garanticen los derechos de las víctimas.

Aunque los motivos de la protesta sean válidos, existe preocupación en las ciudades que recibirán la minga (Armenia, Ibagué, Fusagasugá, Soacha y Bogotá), teniendo en cuenta que en nuestro territorio no se ha superado la emergencia ocasionada por la pandemia, y aglomeraciones como estas aumentan el riesgo de contagio de Covid-19. Ibagué, por ejemplo, se encuentra en alerta por la alta ocupación de camas UCI y la Universidad Nacional de Colombia anunció que no recibirá a los indígenas, porque su sede carece de las condiciones sanitarias para albergar a un número tan grande de personas.

Para el Gobierno central, la minga tiene propósitos políticos, pues por su parte se han cumplido la mayoría de los compromisos que adquirieron en la marcha del año pasado, y por eso el primer mandatario ha descartado la posibilidad de reunirse con los indígenas. Así mismo, como otra manera de descalificar la protesta, informes de inteligencia militar señalan que la minga está infiltrada por el Eln y disidencias de las Farc, a pesar de que hasta ahora ha sido pacífica, y del distanciamiento que existe entre los indígenas y los grupos guerrilleros.

Algunos, como la alcaldesa de Bogotá, se preguntan: en estas circunstancias, ¿no era más fácil desplazarse a Cali? Lo cierto es que la suerte está echada y en este pulso entre el Gobierno y los indígenas deberá imperar el diálogo respetuoso y la voluntad de llegar a una salida concertada. La experiencia señala que la protesta violenta y la represión oficial no conducen a soluciones duraderas.

EL NUEVO DÍA

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