Las campañas sucias debilitan la democracia

No se pueden tolerar más las campañas sucias que llevan a los ciudadanos a votar motivados por la pasión y no por la razón basada en el conocimiento de ideas y propuestas.

La competencia por la Presidencia se ha caracterizado por la desinformación, las falsas noticias, los ataques personales, las filtraciones y, últimamente, por el desvelamiento de tácticas innobles por parte de una de las campañas. Los estrategas de los aspirantes emplean cualquier medio para desacreditar al contendor con revelaciones de mala fe. 

La estrategia de la guerra sucia en las elecciones, que ha hecho carrera en nuestro país, busca debilitar al adversario mediante la construcción de relatos que intercalan fragmentos de la realidad con datos y situaciones falsas, escarba en la vida privada de los oponentes y obtiene información por medios ilegales, con tal de lograr el propósito de llegar a la Casa de Nariño.

Esta campaña ha estado plagada de falsas noticias, calumnias, ataques personales, interceptaciones, filtraciones, estigmatización, espionaje. Estas estrategias no son inéditas, pero se han incrementado y pueden tener hondas repercusiones en la democracia. Es probable que el nuevo gobernante, sea quien sea, vea afectada su legitimidad y su gobernabilidad. 

No obstante, la situación actual no es novedosa. Las campañas por la presidencia de 2010 y 2014 estuvieron impregnadas del juego sucio, la desinformación y el engaño. En 2010, el venezolano J.J. Rendón, conocido como el “rey de la propaganda negra” fue el protagonista con sus estrategias de descrédito y desinformación, famoso en Latinoamérica por recurrir a rumores y noticias falsas para debilitar a los oponentes de sus candidatos. En 2014, el escándalo fue por cuenta del espionaje a los negociadores de paz, que tenía como propósito sabotear los diálogos entre el Gobierno y las Farc en La Habana.

El daño no lo reciben solo los candidatos, sino que se envía el mensaje de que la forma de hacer política es sucia, desleal, que se vale de mezquindades y zancadillas para desacreditar al oponente, y que se puede recurrir a cualquier artimaña para alcanza el poder; se mina la confianza en las instituciones y se desacredita el sistema democrático. El hartazgo ciudadano con la clase política, que llevó a un resultado inesperado en la primera vuelta, ha mostrado que no hay nada nuevo en política y que el cambio nos puede llevar a más de lo mismo.

No todo debe valer, ha de existir un mínimo respeto entre los contendientes. No se pueden tolerar más las campañas sucias que llevan a los ciudadanos a votar motivados por la pasión y no por la razón basada en el conocimiento de ideas y propuestas. 

 

El Nuevo Día

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