El documental del conflicto que no llegó al cine

COLPRENSA - EL NUEVO DÍA
Primero la compañía había aceptado el tráiler de la cinta ‘No hubo tiempo para la tristeza’, basada en un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica: luego consideró que las imágenes resultarían fuertes para los espectadores.

Es, casi, como una lección de la geografía del horror: en San Carlos, Antioquia, cuenta Pastora Mira que mientras su familia rezaba el rosario, hombres armados entraron a su casa, asesinaron a su papá y luego, delante de los suyos, lo decapitaron. Tiempo después ella perdió a una hija y a uno de sus hermanos. Un día los sacaron a la fuerza de sus casas y nunca regresaron.

Antún Ramos, en Chocó, relata que en un mismo año, el 2002, perdió a su madre en un asalto de la guerrilla a Quibdó; le secuestraron a un hermano y vio morir a 79 personas, entre ellos 48 niños, después de que un cilindro cargado con metralla, lanzado por las Farc, impactara contra la iglesia de Bojayá de la que aún es párroco.

María Zabala, en Valle Encantado, Córdoba, se pregunta aún cómo no perdió a la niña que llevaba en las entrañas si estando en embarazo debió enfrentar el duelo del esposo y del mayor de sus hijos, ambos asesinados por paramilitares.

Los relatos aparecen en el documental ‘No hubo tiempo para la tristeza’, inspirado en el informe ‘¡Basta Ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad’, que el Centro Nacional de Memoria Histórica presentó en julio de 2013.

A finales de ese mismo año, todo parecía estar listo para que el asunto no se quedara solo para investigadores del conflicto y académicos. Pretendía llegar a la ciudadanía. A este país sin memoria.

Ni hubo exhibición

Pero Cine Colombia, que en un primer momento había aceptado emitir el ‘tráiler’, previo a sus películas en cartelera, consideró que las imágenes del mismo resultarían fuertes para el espectador. Se perdía así una oportunidad de oro para mostrar que Colombia no solo ha sido un país de victimarios. Ha sido, sobre todo, un país de víctimas: 220 mil muertos en el último medio siglo de conflicto. De ellos, 70% pertenecía a la población civil. Es como si un día una ciudad intermedia como Popayán perdiera a todos sus habitantes.

Junto a ese dato hay otras cifras que duelen: en ese lapso esa misma Colombia ha visto desaparecer a 25 mil de sus ciudadanos. Ha sido testigo del desplazamiento de 5 millones 700 mil personas y del secuestro de otras 25 mil. Tierra de mil 892 masacres, 95 atentados con bombas y 10 mil minas antipersona.

¿Dónde estábamos cuando todo esto sucedió? ¿Por qué no lo vimos? ¿Por qué no quisimos ver?

Jorge Mario Betancur, director del documental, sabía que no podía responder esas preguntas. Su trabajo fue otro: condensar en apenas una hora un desgarrador informe de 430 páginas. Un guión escrito a cuatro manos con Patricia Nieto, seis meses de trabajo y un viaje en el que logró testimonios de las víctimas de la violencia. Desde La Chorrera, en Amazonas, donde guerrilla y paramilitares se han disputado un territorio habitado por indígenas huitotos, boras y ocainas, hasta San Carlos, en el oriente antioqueño, que entre 1995 y 2005 tuvo que enterrar a 215 de sus vecinos. Tras esa década de sangre, sus 18 mil habitantes no tuvieron más camino que marchase de su pueblo, desplazados.

Por eso es que hablan las víctimas. Jesús Martínez, campesino, recuerda a victimarios que fueron capaces de “tomarse hasta la sangre de sus víctimas”. Domingo Chalá, pescador, sabe de “muchos grupos que viven nada más del gatillo”. Ester Polo, mientras tanto, pregunta “¿Cuánto valen las armas? ¿Cuánto invierten para matarse y matarnos?”.

Había que escucharlas. Era necesario ese viaje a la memoria. En tiempos en que Colombia debate su camino hacia la paz, ‘No hubo tiempo para la tristeza’ es un documento necesario.

De eso está seguro Gonzalo Sánchez, director del Centro Nacional de Memoria Histórica. El informe ¡Basta ya! le mostró -nos enseñó con dolor- que tantos años de balas dejaron seis millones de víctimas. El 15% del total de la población. Recordar, pues, “significa volver a pasar lo vivido a través del corazón”, dice.

En medio de la barbarie muchas de esas víctimas han sabido encontrar también la esperanza. Sucedió en Valle Encantado, Córdoba, donde 27 de sus mujeres, viudas y desplazadas, asumieron tanto la reparación de sus familias como el tejer de nuevo territorio y comunidad a través de proyectos productos. Y sin miedo.

Un día convocaron a 80 de las mujeres del poblado para caminar hasta el campamento de alias Don Berna. Le exigirían que les devolvieran a sus hijos, reclutados por la fuerza para la guerra. Y lo lograron. Hoy, junto a esos muchachos, es que lograron que Valle Encantado fuera digno de su nombre.

Algo parecido sucedió con una población que habita las orillas del río Carare, en Santander. Cansados de las balas, en 1987 le hicieron saber a la guerrilla que no contaran con ellos para su guerra. Años más tarde, con la misma valentía lo hicieron ante los paras. Los señores de los fusiles tardaron en entender el mensaje y dejaron varios muertos a su paso, pero hoy los campesinos son dueños de su territorio.

Quizá el mensaje lo han entendido las más de 160 mil personas que han visto el documental a través de YouTube: que Colombia se las ha ingeniado, en medio de la barbarie, para no ser solo escenario de violencia. Lo ha sido, mejor que eso, de resistencia.

Credito
COLPRENSA

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