Umberto Eco, el semiólogo que vivió para ser inmortal

El semiólogo y escritor italiano había fundado en noviembre pasado su nueva editorial, ‘La nave di Teseo’, que presentará en una semana su libro póstumo.

Odiaba los lugares comunes y las frases hechas, y tal vez para evitar las inevitables -‘Italia está de luto’, ‘Ahora somos más pobres’, ‘El hombre que lo sabía todo’-, el escritor, filósofo y semiólogo italiano Umberto Eco dispuso que la noticia de su muerte, acaecida la noche del viernes a los 84 años en su casa de Milán, fuese acompañada por la de la publicación de un nuevo libro, como una invitación a recoger el testigo de su mirada crítica, a veces divertida y a veces voraz, de ese ensayo del mundo que es Italia.

‘A la hora de su muerte’, dijo el editor Mario Andreose tras dar el pésame a su familia, “los deseos de Eco eran coherentes con su vida profundamente laica”. Su despedida, por tanto, se celebrará el martes en un acto civil en el Castello Sforzesco, una joya arquitéctonica del siglo XV que el autor de ‘El nombre de la rosa’ y ‘El péndulo de Foucault’ podía ver desde la ventana de su casa.

A la mañana siguiente de conocerse la noticia, los alumnos de Eco se acercaron a la plaza Castello para, en silencio, dejar rosas blancas bajo su casa.

Umberto Eco nunca atropelló a nadie con su infinita sabiduría. De ahí que, de los artículos laudatorios que publica la prensa italiana, tal vez el que menos chirría con el carácter de Il Professore sea el del periodista Gianni Rotta en La Stampa de Turín: “Filósofo, padre de la semiótica, escritor, profesor universitario, periodista, experto en libros antiguos: en cada una de sus almas era una estrella internacional, pero con sus estudiantes, lectores, colegas, jamás exhibió la pose snob que tal vez otros escritores sí habrían adoptado de haber publicado best sellers como ‘El nombre de la rosa’ o ‘El péndulo de Foucault’.

Eco reía, se informaba de las novedades y -encendiendo un cigarro- contaba la última broma antes de presentar una nueva teoría lingüística”. Ese, y muchos otros, era el intelectual que ahora despide Italia.

Algo de su perfil

Hijo de comerciantes, Umberto Eco nació en Alessandria en 1932. Formó parte activa de los movimientos juveniles de Acción Católica, estudió Filosofía en Turín y se doctoró en 1954 con una tesis sobre la estética de Santo Tomás de Aquino, quien, según publicó entonces en una nota irónica, tuvo mucho que ver con su descreimiento progresivo y su abandono de la Iglesia católica.

Durante los años 60 trabajó como profesor agregado de Estética en las universidades de Turín y Milán y participó en el Grupo 63, publicando ensayos sobre arte contemporáneo, cultura de masas y medios de comunicación. Entre estos documentos los más conocidos son ‘Apocalípticos e integrados’ y ‘Obra abierta’.

El semiólogo también fue catedrático de Filosofía en Bolonia, en la que puso en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, conocida como Superescuela, porque su objetivo es difundir la cultura entre licenciados con alto nivel de conocimientos. También fundó la Asociación Nacional de Semiótica, de la que aún era su secretario.

Cercano a los 50 años publicó su primera novela, ‘El nombre de la rosa’, llevada al cine, protagonizada por Sir Sean Connery y dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud.

Luego sorprendió de nuevo con la novela ‘El péndulo de Foucault’, en 1988, una mezcla de esoterismo, cultismo y, por supuesto, semiótica.

Y tras años de otros tantos éxitos novelísticos publicó la más reciente ‘El cementerio de Praga’, en 2010.

Los trabajos literarios de Eco empezaron a conocerse en 1980, sin embargo, en algunas conferencias reconoció que siendo muy joven editó de manera artesanal una revista de cómic. En 1956 empezó a publicar sus ensayos, y de ellos más de 50 han sido considerados como importantes al abordar asuntos relacionados con semiótica, lingüística, estética y moralidad.

En las facultades de comunicación social, literatura, filosofía y estudios culturales era leído con fruición. Y sus ensayos, género que le hizo destacarse ampliamente en contextos académicos, son objeto de debate constante.

Recibió un centenar de reconocimientos. Entre ellos, tuvo el privilegio de ser miembro del Foro de Sabios de la Mesa del Consejo Ejecutivo de la Unesco.

Fue caballero de la Legión de Honor francesa, y fue nombrado doctor Honoris Causa en 38 universidades de todo el mundo. En el año 2000 recibió el premio Príncipe de Asturias de la Comunicación y las Humanidades.

Crisis del periodismo

La última de las obras de su fecunda carrera, Año cero, una mirada crítica del gran experto de la comunicación sobre la crisis del periodismo.

La trama de Año cero está ambientada en 1992, un año clave de la historia italiana por el caso Tangentopolis, y se desarrolla en la redacción de un periódico en ciernes donde confluyen todas las plagas que golpeaban el país: la logia masónica P2, las Brigadas Rojas, el fin de una era y la aparición de otra con Silvio Berlusconi a punto de saltar al escenario.

Eco combatió a Berlusconi -su antítesis total- de forma frontal, pero a quien le preguntaba si el protagonista turbio de su novela estaba inspirado en el líder de Forza Italia, le respondía: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.

Tras su muerte, tanto políticos como intelectuales han intentado apresar su personalidad. Según el jefe del Gobierno italiano, Matteo Renzi, Umberto Ecco fue “un gran italiano y un gran europeo”. Por su parte, el presidente de Francia, François Hollande, se acercó un poco más al referirse a él como un inmenso humanista, que se interesaba por todo y que estaba “igual de cómodo con la Historia medieval que con los cómics”. Como subrayó Hollande, “nunca se cansó de aprender y de transmitir su inmensa erudición con elocuencia y humor”.

Su libro póstumo

A finales del pasado mes de noviembre, Umberto Eco —junto a Sandro Veronesi, Hanif Kureishi y Tahar Ben Jelloun— decidió fundar una nueva editorial, La nave di Teseo, tras oponerse sin éxito a la fusión entre Mondadori y el grupo RCS.

Fue la última batalla de un escritor que desde hacía dos años luchaba contra el cáncer sin perder jamás tres de los rasgos de su carácter: la curiosidad, la ironía y un vaso de whisky.

“Ha trabajado hasta el final”, contaba ayer el editor Mario Andreose, “exceptuando los tres últimos días. Escribía y escribía, era un trabajador formidable. A pesar de que desde hacía dos años tenía problemas de salud, continuaba trabajando”.

En su libro póstumo, llamado ‘Pape Satàn Aleppe’ -construido a partir de las columnas que publicaba en el semanario L’Espresso-, está, según su editor, “la historia de los últimos 15 años, de ahí que su subtítulo sea Crónicas de una sociedad líquida”.

Dice su editor que hay pasajes que son de una comicidad espléndida, y otros en los que Eco “analiza la identidad del papa Francisco, al que tenía en gran estima”. Su publicación se ha adelantado al próximo fin de semana.

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