Así eran las revistas hace 100 años

COLPRENSA - EL NUEVO DÍA
Las ocurrencias de Tomás Carrasquilla lo hacían un sujeto divertido y original "seguramente lo primero debido a lo segundo". Un día escribió que “el sábado es infinitiforme como la existencia”.

Esta palabreja, infinitiforme, que significa, como todos habrán adivinado, de formas infinitas, la escribió en la revista que tenía por nombre ese día de la Semana y circuló entre 1921 y 1927, en Medellín. 

Al tema de las publicaciones seriadas casi centenarias llegamos alentados por Andrés Mora, poseedor de dos colecciones de revistas muy célebres en nuestro medio, Alpha y Pan. 

Quiso mostrarlas, movido a su vez por la publicación de El Colombiano del pasado 28 de diciembre sobre la revista Panida, de 1915, en la que participaron León de Greiff, Fernando González, Ricardo Rendón, Pepe Mexía y Tartarín Moreira... Esa nota agitó sus neuronas porque, al fin y al cabo, Panida es el nombre que reciben los hijos de Pan, el dios de las brisas y el amanecer, y recordó su revista Pan, que circuló a mediados de los años 30. 

“Conocí a León de Greiff en Estocolmo —cuenta Mora—. Mi papá fue Embajador de Colombia en Suecia y el poeta, Agregado Cultural. Recuerdo que mantenía cuatro o cinco cigarrillos humeantes a la vez y pipas encendidas por todos lados. Era un hombre agradable. Un buen conversador. Mi padre quiso hacer trámites ante la academia del Nobel para postularlo para el premio. ¿Que cuál fue su reacción? Se opuso rotundamente con estos versos: 

Para decir es tarde lo que jamás se dijo; temprano aún para nunca decirlo”. 

En cuanto a esas dos colecciones que conserva, las obtuvo de la amplia biblioteca del padre, quien siempre le decía: estas dos revistas son 1A”. Las mira y remira en su casa, en El Retiro, ante un paisaje de montañas húmedas de rocío donde pacen caballos de colores. 

“Pan es una revista adelantada para su época —dice el escritor Darío Ruiz Gómez—. Aparte de los escritos de literatura y de ciencias, disfruto con las ilustraciones de José Posada Echeverri, encargado de la publicidad de la Colombiana de Tabacos”. 

Esa revista, dirigida por Enrique Uribe White, tiene ilustraciones a color hechas en papel especial, como propalcote, adheridas a la página con pegante. 

Alpha, la revista que comenzó a circular en 1906, con dirección de Mariano Ospina Vásquez, no presentaba grandes ni muchas ilustraciones, pero sí algunas que ayudaban al diseño, como pequeñas siluetas de personajes en las esquinas de las páginas. 

Tomás Carrasquilla publicó en ella su novela Entrañas de niño y otras piezas literarias importantes, en tanto que Joaquín Antonio Uribe, sí, el mismo que le da nombre al Jardín Botánico de Medellín, sus Cuadros de la Naturaleza, como uno sobre las hormigas. Luego de hablar de ellas, señala: 

El hombre declara entonces guerra a muerte contra el hormiguero, lo arruina, lo destruye. Sin embargo, ese pueblo modelo, virtuosos y abnegado solo ha cumplido con su deber: ¡la lucha por la vida! 

Avisos, decencia, moral 

La publicidad es otro elemento encantador de esas revistas. Porque un aviso “evoca la vida misma en un momento histórico. Evoca personajes, momentos especiales, épocas, estilos de vida que surgen cuando se les va encontrando”, como dice la introducción al tema de alimentos del libro Historia de la publicidad gráfica colombiana, de Ediciones y Eventos, 1992. 

Para darnos cuenta del modo de ser de la gente de los años veinte, leamos parte de una publicidad de Cafiaspirina, aparecida en la revista Sábado. Ocupa una página entera y tiene por título «La Rutina»: 

Una persona que entra a la botica pide “un remedio para el dolor de cabeza” y toma lo que le den —polvo, cápsula o tableta— sin preocuparse de si es bueno o malo, no usa su propio criterio, sino que procede por rutina... 

Y así sigue el ensayo hasta llegar al mensaje publicitario: 

“¡No sea Ud. un esclavo de la rutina! Cuando quiera aliviarse de cualquier dolor o cortar cualquier resfriado, pida Cafiaspirina... 

Y el relato continúa otras líneas, para demostrar que era una generación menos apurada que la nuestra, y más proclive al texto que a la imagen o a la economía del mensaje. 

El Montañés, revista de literatura, artes y ciencias orientada por Gabriel Latorre, Francisco Gómez y Manuel Ospina Vásquez, circuló en Medellín, entre 1897 y 1899. Se acabó por culpa de la Guerra de los Mil Días, en 1899. Era el órgano de expresión de la tertulia de la Librería Restrepo, de Carlos E. 

Sus creadores advirtieron en la página 45 del primer número, que la revista tenía el propósito de “proporcionar esparcimiento intelectual para todos los gustos decentes”. 

En esa publicación, Tomás Carrasquilla dio a conocer los relatos En la diestra de Dios padre o el Cuento de la Ña Ruperta, Blanca, Dimitas Arias, San Antoñito y El ánima sola; Gonzalo Vidal publicó su Romanza crepuscular, con letra de Latorre y dibujos de Francisco Antonio Cano... 

La primera revista femenina fue Letras y Encajes. Circuló entre 1926 y 1958. Fundada y dirigida por Sofía Ospina de Navarro, era hecha por mujeres de la Junta del Hospital San Vicente de Paúl, o sea de la alta sociedad, para contrarrestar las prosas sensuales de María Cano y otras mujeres de la época. Tenía el propósito de preservar la moral del hogar. En un artículo titulado El Cinematógrafo y los niños, dice: 

Queremos referirnos más directamente a la asistencia de los niños menores de quince años, al Cinematógrafo. Nosotros encontramos dos graves tropiezos: uno de higiene física y otro de higiene mental y de moral (...). 

En otra de sus páginas hay una ilustración de una mujer bella acompañada por un perro distinguido, bajo el cual hay una aviso: «Belleza y distinción con Crema Divina». 

Credito
COLPRENSA

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