“Soy un campeche, de vereda pero con clase” Ángel Alberto Lozano

JORGE CUÉLLAR - EL NUEVO DÍA
El Guardián Mayor del Combeima se proclama a sí mismo como un líder que gestiona y trabaja por su comunidad, que huye a la “lagartería y a los lambericos de apellidos”. Quedó huérfano de madre a los seis años, un 24 de diciembre; a pesar de eso, la Navidad es su época más amada.

El ‘superhéroe’ del Cañón del Combeima no tiene la velocidad de flash, la fuerza de Hulk ni vuela como Superman, pero sí un corazón de oro, y la valentía suficiente para dar la pelea por los intereses de su gente. Se trata de Ángel Alberto Lozano, más conocido como el ‘Guardián Mayor del Combeima’.

Su traje es un impecable uniforme caqui de scout, acompañado de rabo’e gallo verde, espada, bastón de mando y unas brillantes botas negras. Camina con ímpetu, habla fuerte y exhibe con orgullo una serie de banderines y medallas de condecoraciones nacionales e internacionales, como una pequeña muestra de la larga lista, que ya suma más de 50 distinciones.

A primera vista da la impresión de que es un hombre engreído, pero basta unos minutos para que esa imagen se transforme, dando paso a un ser trasparente, sensible y obsesionado por preservar su legado, defender la naturaleza y ayudar a la humanidad, y que se siente orgulloso de ser un “Campeche de vereda, pero con clase”.

Cuenta que su carrera altruista comenzó a los 10 años, al ser consciente de la pobreza y las necesidades que padecían los habitantes del Cañón, lo que lo llevó a crear su primera obra social: el niño pobre, enfocada a recolectar regalos de Navidad para los infantes más necesitados.

En esa primera ocasión logró recaudar 75 obsequios, cuya entrega institucionalizó el 8 de diciembre. En 2013, obsequió más de seis mil, que pudo recaudar entre sus benefactores y con su trabajo, pues es un experto en la construcción de pesebres, los cuales cambia por juguetes, ropa y útiles para sus niños.

Pero ahí no para la tarea de este guardián: conformó un retén ecológico en el cual un grupo de menores invitan a los turistas a cuidar el ecosistema; y dedica su tiempo a sus otras obras el patronato de las cárceles del Tolima, la pastoral de enfermos del Federico Lleras, el festival de la canción ecológica, ambientalista y social, y el Museo Veredal, este último su refugio, que fundó en 1989 como homenaje póstumo a su tatarabuela, quien murió de 122 años.

En este lugar, una pequeña casa de ladrillo prensado y piso rústico, guarda y exhibe 20 mil piezas, que se constituyen en una verdadera joya, por su valor no solo histórico sino, también, económico. Allí, también es el lugar de descanso de su padre, fallecido en diciembre de 2013.

Ángel Alberto, ¿cómo surgió el Guardián Mayor del Combeima?

Soy el último heredero del Cañón del Combeima, pertenezco a la familia tradicional desde 1862, cuando mi tatarabuelo Martín Restrepo comprara la hacienda Tolima, hoy el Cañón del río Combeima; así que entonces qué rico es poder llevar una tradición familiar, con la convicción de ser un líder, mas no ese lamberica de apellidos, ni cargamaletas de nadie.

¿Por qué ser ese líder?

Porque lo llevo en la sangre y sé que tengo el compromiso de gestionar, de dar testimonio y ayudar. Yo no puedo ser el del común: nacer, crecer o morir, o como digo de la sociedad plástica de reguetón vulgar, Coca-Cola, perros, hamburguesas y manchatripas; yo tengo que ser un campesino con identidad, que valora lo que la madre tierra me ha dado.

¿Qué le ha dejado?

Muchas satisfacciones, paz interior y el orgullo de poder decir que soy el campesino más condecorado. Al principio, cuando empecé a gestionar, a recoger papeles, fui el loco, el chiflado... de eso fue hace ya 39 años.

¿A qué renunció por el Cañón?

Fui novicio de la madre Teresa de Calcuta, pero me retiré tras la muerte de mi tatarabuela, para venir a cuidar el Cañón, porque estaba con unos líderes politiqueros.

¿Es decir, que la Iglesia perdió un hijo y el cañón un defensor?

Ganan ambos, porque aquí yo celebro la Semana Santa, soy miembro del comité parroquial y trabajo para cultivar la sensibilidad espiritual en una nueva generación.

De todo un poco

Imagen eliminada.

¿Qué se esconde en este Cañón?

La fantasía y la energía, una atracción de la que uno no quisiera salir.

¿Este verde se ha prestado para momentos pasionales?

Desde luego. En la soledad qué hace usted, entra hasta cucarachas, entonces aquí hay de todo.

¿Por qué pelea en el Cañón?

Porque el individuo no sea una langosta humana y para que aprenda a hacer un turismo contemplativo.

¿Es rezandero?

Yo oro, no rezo. Soy un tolimense con barriga de antioqueño, católico practicante, mas no camandulero.

¿Qué es lo más simpático que tiene?

Que soy una persona muy convencida de lo que es. Ese convencimiento me llevó a comprender que lo que un día comencé hay que acabarlo de pulir hasta el día de mi muerte.

¿Qué es lo que tanto colecciona en su museo?

Yo colecciono amor, porque creo que cada objeto es ternura. Si algo se me daña, me duele, siento que se parte mi corazón, y ese fanatismo no lo puedo negar.

No duermo en mi cuarto me gusta dormir en mi museo, prender la chimenea, escuchar mi música de George Frederic Händel, Chopin, Mozart, Vivaldi y Richard Clayderman, mientras disfruto de un delicioso vino preparado por mí.

¿Qué piensa de Ibagué?

La amo, pero me duele que está huérfana de líderes, no van sino a buscar puestos públicos y cartas de recomendación; es muy poco el líder que trabaja por su comunidad, eso es como aquí en el Cañón, somos pocos los que seguimos luchando por nuestra gente.

Algunos lo tildan de grosero, ¿qué dice ante esto?

Que soy directo e irreverente, y no mando razones con nadie, y que si hay que vaciar a alguien, lo hago.

¿Qué lo asusta?

La ignorancia, la gente incapaz y zángana.

¿Quién es su guardián?

Dios.

¿Cómo le gusta la gente?

Que se directa. La gente agazapada me fastidia, porque no son amigos ni de la madre.

¿Qué le hace falta?

Mi madre, soy huérfano de mamá desde los seis años, y no la olvido.

¿Para qué no es bueno?

Para hacer daño a los demás. Yo creo que eso es matar la prosperidad.

Su look scout

¿El traje de dónde salió?

Siempre digo que visto como un campeche que se creó su propio estilo. En 1979 comencé a vestirme de guardián llevando una tradición de mi tatarabuelo, que a mí me encantaba como lucía con su rabo’e gallo rojo, sus botas... ¡Era todo un patriarca!

¿Adoptar este look, cómo fue?

Por algún tiempo fui la burla, me mamaban gallo en la ciudad, pero luego la gente se acostumbró a verme así, y ahora ya no soy un personaje solo del Cañón sino además internacional.

¿Cuántos trajes tiene?

Tengo cuatro, y creo que mi uniforme es el más caro, un solo par de botas cuesta 370 mil pesos. Soy muy celoso y los cuido, yo mismo los lavo, y trato de ser impecable porque Cecilia López de Rodríguez, quien fue mi consejera, siempre me dijo ‘vista bien e impecable porque el que va a gestionar no es un pordiosero, es un príncipe’, entonces ese es mi orgullo. Pero antes de ponerme este vestido yo me pongo el más importante, el espiritual.

¿Cuándo se uniforma?

Para cosas especiales, sobre todo cuando me toca ir a pelear y gestionar.

¿Cuando se quita el traje, dónde queda el Guardián Mayor del Combeima?

Ángel Alberto sigue siendo ese guardián porque no descansa.

¿Qué sería de su vida sin este personaje?

No sé, porque esto va hasta el día de mi muerte.

¿Con esa pinta conquistó a su esposa?

No. Cuando Amparito (hoy sargento viceprimero de la Policía) me conoció hace 15 años, yo estaba en levantadora y lavando los calzones en el lavadero, por eso siempre digo que no conoció al guardián, sino al gavilán que cogió la paloma.

¿Cómo la enamoró?

Desde el momento en que la vi me encantó y en dos semanas nos enamoramos y nos fuimos a vivir.

Guardián, ¿casado y con hijos?

Sí. Una niña y un niño, como hijos adoptivos. Ella no pudo parir porque perdió unos gemelos, y tras la pérdida hubo que ponerle psiquiatra, porque un día teníamos intimidad y al otro día decía que estaba embarazada, entonces eso llevó a adoptar.

La niña tiene 22 años y estudia psicología, el niño tiene 10 años, está en el Conservatorio y ya tiene una visión de la parte ecológica clara, yo sé que va a ser mi sucesor.

Guardián, ¿usted de qué vive?

Yo soy muy reservado con eso, pero trabajo joyería; tengo mi propia empresa y por eso no vivo de puestos públicos ni cartas de recomendación. Soy independiente y feliz porque no estoy sometido a nadie, y dirijo mi Museo Veredal.

Credito
EL NUEVO DÍA

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