Comida entre amigos, a varias manos

Casi todos los cocineros que han escrito sus experiencias gastronómicas, o han querido divulgar sus conocimientos para los que estamos intentando seguir sus vivencias, coinciden en afirmar que “cocinar para otros es un acto de amor”, como lo escribe también Cecilia Faciolince de Abad, en el prólogo de su libro Recetas de mis amigas” (Aguilar-2010).

Ese sentimiento lo confirma la autora cuando, en la nota introductoria de los “Agradecimientos”, deja constancia que “Como bien puede verse desde su mismo título, este es un libro ajeno”.

Desarrolla doña Cecilia todo un ideario de reconocimiento a todas sus amigas con las que cocinó infinidad de recetas, pero todas ellas, no de su autoría, sino provenientes del talento de aquellas, o de muchas personas que las crearon. En su escrito manifiesta también: “Pocas cosas tan tristes como el egoísmo culinario: nunca he podido entender a esas personas que no dan una receta. Cualquier plato que se inventa, como cualquier medicina, debería ser patrimonio inmediato de la humanidad”.

Visto de esa manera, la cocina no es tanto un conjunto de técnicas sino una experiencia de ocio, fraternidad y diversión, para particulares o grupos de amigos. Se trata de que cualquier persona a quien le guste cocinar, pueda encontrar una oportunidad para disfrutar y aprender con la elaboración de los platos, interactuando con los demás y acompañando su experiencia, quizás, con una copa de vino.

El proceso que nos ocupa considerar no es una escuela ni un lugar enfocado a futuros profesionales de la gastronomía. Tampoco se trata de programas en medios masivos con recetas, donde afamados cocineros nos ofrezcan los mejores trucos, para que aprendamos a preparar en nuestras casas platos a la altura de buenos restaurantes. La cocina y todo lo relacionado con su arte ha traspasado las barreras gastronómicas, para estar presente en casi todos los ámbitos públicos y privados; a la cocina solo le falta un hervor para estar de fiesta y convertirse en el nuevo plan de moda que es el ocio gastronómico y sensorial.

La idea primordial entonces es la de asomarse a los fogones de una forma lúdica y divertida para poder cocinar entre todos, aprovechando que juntos la pasamos muy bien, dentro de un fondo didáctico y social. Se trata de asumir con respeto el pensamiento de quien ha diseñado un menú y que, por cualquier circunstancia, cede su tarea, total o parcialmente, para que sus compañeros la adelanten. Esto suele suceder con frecuencia cuando se va adquiriendo seguridad en la cocina.

No se trata de abandonar los compromisos sino compartirlos de una manera civilizada, amistosa e inteligente. En este caso, el grupo va mas allá de la comida y se remonta hacia la fraternidad. Trabajar colaborativamente en la cocina es muy enriquecedor para desarrollar cohesión y habilidades de trabajo en grupo, pudiendo construir actividades específicas a la medida de una cocina creativa.

Poner en práctica los conocimientos adquiridos, o arriesgarse a consolidarlos y llevarlos al propio hogar, es otro de los retos de esta práctica inolvidable.

Una de las experiencias más notables se conoce en el País Vasco desde la segunda mitad del siglo XIX con las “sociedades gastronómicas”, creadas entre amigos y conocidos, únicamente para encontrarse en torno a la comida. En efecto, en dichos establecimientos, sus miembros se dan cita para comer lo que se encuentra ya elaborado, generalmente un solo plato para todos, y en cualquiera de los grandes mesones dispuestos, o para disfrutar entre ellos lo que un determinado grupo de amigos ha decidido cocinar en cada ocasión concertada.

En las sociedades gastronómicas no hay un menú establecido y cada uno es libre de preparar o servir lo que quiera. Todo depende de la ocasión y de la persona. Algunos socios son avezados cocineros; otros prefieren no complicarse y disfrutan de la compañía mientras se come un plato ya listo. Muchas de las sociedades nacen a partir de un grupo de amigos o una familia que busca un lugar donde reunirse. Es más, en lo material apenas se distinguen de un restaurante: un local con cocina, bar, bodega y abundantes mesas. La diferencia reside en que en una sociedad gastronómica son los propios socios y comensales los que se encargan de preparar y servir la comida.

 

Patatas (papas) a la riojana

(tomada de gazteaukera.euskadi.eus).

Ingredientes: un kilo de patatas, 500 g de chorizos para cocinar, 2 dientes ajo, una cebolla, 1/2 pimiento rojo, 1 pimiento verde italiano, 500 ml de agua, pimentón dulce o picante de la vera (se encuentra en latas pequeñas con dosificador), aceite de oliva, pimienta negra, molida y sal.

Elaboración: Picamos muy finos la cebolla, el pimiento verde y el rojo.En una cazuela con un poco de aceite echamos la cebolla y los pimientos, salpimentamos y agregamos el laurel. Dejamos pochar a fuego lento unos 15 minutos. Mientras, se pelan las patatas y las partimos; cortamos el chorizo en rodajas y lo añadimos dando unas vueltas. 

Agregamos una cucharadita de pimentón, removiendo un poco. Se echa el agua según la cantidad que se desee, dejando hervir unos 10 minutos. Agregamos las patatas y llevamos a hervir durante 20 minutos a un fuego medio.

Probamos para ver la intensidad de sal y pimienta... y ¡A la mesa!

toronjilcanela@yahoo.com

Credito
Yezid Castaño González

Comentarios