Cenas surrealistas

El legendario y excéntrico Salvador Dalí (1904-1989) declaró a la edad de seis años que deseaba convertirse en chef.

Publicado por primera vez en 1973, su libro “Les Diners de Gala”, (Las cenas de Gala) fue un extraño sueño hecho realidad, una obra de cocina llena de ilustraciones surrealistas y de recetas inspiradas en las suntuosas cenas que organizaban Dalí y su esposa Gala (1894-1982). Las fiestas de esta famosa pareja eran legendarias por su salvaje opulencia, con invitados a menudo vestidos de etiqueta y animales salvajes deambulando libremente alrededor de la mesa.

Las tres facetas más relevantes de la personalidad de Salvador Dalí eran la de pintor, escultor y escritor. Tenía actuaciones locas que, para muchos, llegaron al borde del ridículo o del exhibicionismo puro; era una suerte de genio que hizo de su vida misma su máxima actuación. Una vez, por ejemplo, paseó por las calles de Nueva York con una barra de pan sobre su cabeza; en otra ocasión celebró su cumpleaños en el restaurante Taillevent de París llevando consigo una ocelote (leopardo pequeño) sujeto a una cuerda.

A Salvador Dalí le gustaba recurrir a objetos gastronómicos para expresarse. Normalmente decía: “Me gusta usar términos gastronómicos para hacer tragaderas mis ideas filosóficas”. Y así fue. Dalí decía que “…Nosotros, los surrealistas, somos una comida de buena calidad… Somos como el caviar”. Agregaba con gran soltura que “Mi mística es el queso; Cristo es el queso”. Dalí asociaba algunos alimentos a representaciones simbólicas. Por ejemplo, escribió que “En la coliflor se halla la apoteosis del poder paranoico” o “Las espinacas son amorfas como la libertad.” …“Me gusta el color amarillo porque es el color de las proteínas” o “La belleza será comestible o no será”.

Uno de sus cuadros más conocidos es el de unos relojes blandos. Dalí amaba el queso camembert, y se le ocurrió el tema de esa pintura después de una cena terminada con un trozo de camembert. Para él, lo putrefacto aludía al fuerte olor de ese queso. Equivalía a lo convencional, a la sensiblería y al romanticismo mojigato. Otro cuadro suyo fue “Huevos fritos sin plato” que, en una entrevista en 1952, aseguró haber visto en su vida intrauterina.

Recuerda también en sus memorias que, en su infancia, “gustaba de asomarse a la puerta entreabierta de la cocina, ver cómo se calentaba el aceite, oler los aromas que los alimentos desprendían al cocerse a fuego lento, mientras se le hacía la boca agua y esperaba ansiosamente la oportunidad de colarse en aquel lugar encantado… Y, delante de las criadas, que gritaban como locas, cogía un trozo de carne cruda o una seta a la brasa y me la atragantaba hasta llegar al punto de ahogarme.” El excéntrico artista consideraba la comida como un orgasmo más, y se dice que tenía fantasías “caníbales”. Alguna vez señaló que soñaba con empequeñecer a Gala para tragársela como una oliva. “El canibalismo es una de las manifestaciones más evidentes de la ternura”.

Su pasión por la cocina y la comida están presentes en muchas de sus obras, en la que aparecen huevos, panes, carne, pescado, quesos. Como se puede ver en muchas de sus obras, por ser un elemento recurrente, uno de sus alimentos favoritos era el huevo. Para Dalí, el huevo simbolizaba fecundidad; decía que conectaba con lo prenatal e intrauterino, por lo que simbolizaba esperanza. En su obra “Niño geopolítico observando el nacimiento del hombre nuevo”, por ejemplo, muestra cómo el hombre rompe con el huevo, que es su propio pasado, para nacer nuevamente.

En el verano de 1941, Salvador Dalí se encontraba en lo alto de su carrera y disfrutando de su fama como pintor reconocido y artista excéntrico en el lujoso Hotel del Monte, en Monterrey (California, EE.UU.) Había llegado allí, acompañado de su mujer Gala, escapando de la Segunda Guerra Mundial. En algún momento, él y el relacionista público del hotel concretaban la idea de organizar una gran cena benéfica para recaudar fondos de ayuda a los artistas refugiados que habían tenido que huir de Europa. Dalí convirtió aquella noche en un evento publicitario de su obra y de sí mismo. Decenas de medios acudieron a su llamada y la fiesta fue objeto de artículos periodísticos, reseñas y noticiarios, que la convirtieron en la comidilla de la alta sociedad norteamericana durante meses. La expectación por la cena surrealista fue tal que más de mil personas acudieron dispuestas a pagar los cuatro dólares que costaba el banquete, de las cuales únicamente 400 pudieron finalmente cenar.

El menú constó de aguacate y mariscos, servido en los zapatos; consomé doble al jerez, sardinas de Monterey a la Dalí, pollo salteado con risotto, filete braseado con champiñones y de postre, «copa surrealista». La fantástica cena surrealista fue un éxito para Dalí y para el hotel, que gozó de una imprevista publicidad, pero no alcanzó ninguno de sus supuestos propósitos benéficos. Salió tan cara que dio pérdidas y ni un mísero centavo llegó a las manos de los artistas necesitados.

 

Arbusto de cangrejos de río en hierbas

vikingas

(Tomado del libro Las Cenas de Gala de Salvador Dalí en dailybreak.com): Que no te dé miedo el nombre. Son simplemente cangrejos de río a las finas hierbas. La receta dice así: “Para poder hacer esta receta es necesario tener cangrejos de río, de 2 onzas cada uno. Prepare los siguientes ingredientes para hacer un caldo: Fumet (reducción) de pescado, de consomé, de vino blanco, vermouth, cognac, sal, pimienta, azúcar y eneldo. Agregue el cangrejo al caldo por 20 minutos a fuego lento. Después retire del fuego y déjelo reposar 24 horas. Retire los cangrejos y acomódelos en forma de domo. Conserve el caldo para servirlo en tazas”.

* Extracto de un escrito de Guillermo Llinás Angulo para la Logia Gastronómica.

Credito
YEZID CASTAÑO GONZÁLEZ

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