Trabajemos por una convivencia social sana

La abundante información que leemos, vemos y escuchamos en forma continua sobre crisis, tragedias, problemas, corrupción, nuevos virus, guerras, etc., hace necesario que reforcemos la práctica de comportamientos que impidan que sucumbamos en la angustia y desesperanza.

El hacerlo contribuye a mejorar nuestra actitud y capacidad de comprensión de la situación para entender la urgencia de aprender o reaprender sobre cómo aportar a una convivencia social que construya un mejor entorno y calidad de vida.

La comunicación es clave. Aprendamos a comunicarnos en doble vía, donde ante todo escuchemos de manera activa y respetuosa al otro y donde también podamos hablar. La convivencia requiere del diálogo y del respeto por la diferencia, es la única manera de arreglar desacuerdos, solucionar problemas, encontrar respuestas, aclarar dudas y propiciar mejores ambientes.

Sin respeto se dificulta toda relación. Aprendamos a interactuar. Entendamos que el respeto es la base para un buen entendimiento. La cortesía, los buenos modales, saludar, sonreír, agradecer, respetar los derechos de los demás y tener en cuenta los sentimientos, gustos y disgustos de otros y no sólo los propios intereses, son la mejor forma para vivir en condiciones más sanas y gratas.

Evitemos las agresiones. Aprendamos a convivir sin agredir. No es posible que tengamos tan poca capacidad para discutir sin insultar; criticar sin lastimar, reclamar sin injuriar, jugar sin hacer trampa ni lastimar. Es necesario transformar toda esa agresividad, que lastimosamente se observa con mucha frecuencia en el ser humano, en sentimientos positivos que conduzcan a construir en lugar de destruir.

Es urgente aprender a trabajar y a decidir entre varios. Parece muy difícil de poner en práctica, y es el origen de casi todos los problemas de la sociedad. Lo que más gusta es imponer la idea personal, presionar por el interés individual, obligar a la fuerza, establecer inamovibles. Aunque suene a utopía, es preciso aprender a concertar, a conciliar intereses para llegar a acuerdos que favorezca a la mayoría y sobre todo a aceptar las decisiones que se acuerdan si no es la propia. Por su dificultad para lograrlo se debe trabajar en ello desde el interior de la familia, del barrio, la empresa, hasta que se llegue a convertir en una cultura.

La ciudad es de todos, es el sitio donde vivimos es nuestra casa ampliada, por ello tenemos que aprender a cuidar. Cuidar no sólo nuestras cosas, cuidar también el entorno, recordemos que no todos los recursos son renovables y que es nuestra obligación hacer que las generaciones que vienen encuentren similares o mejores condiciones de las que hoy tenemos. Ya vivimos las nefastas consecuencias de la depredación que hemos causado a nuestro entorno, así que cuidemos el agua, los bosques, los prados, no arrojemos la basura al piso, no consumamos más energía de la indispensable, no gastemos papel sin medida. Cuidemos también todos los elementos de la ciudad y el frente de cada casa o negocio. Todo esto ello nos beneficia a todos.

Recordemos que la vida es más grata cuando se aprecia lo que se tiene. Aprendamos a valorar. Apreciar lo que tenemos y lo que somos contribuye a elevar la autoestima y facilita una amable convivencia. Dar importancia a los demás, reconocer sus méritos y logros, no subestimar el conocimiento de otros, estimular el liderazgo, la iniciativa, la creatividad y la innovación, son requisitos indispensables para que una sociedad crezca, construya y progrese.

Es entonces momento oportuno para aprender o re-aprender todo aquello que pueda ser útil para desarrollar y fortalecer la convivencia social, esa que tanto necesita y reclama nuestra sociedad y que, con frecuencia, se queda en el discurso y en los buenos propósitos.

macruztol@yahoo.com

Credito
Martha Cruz

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