El Protocolo en la gestión pública

Cuando alguien opta por estudiar medicina, odontología, derecho o cualquier otra profesión, debe aprender y utilizar determinados protocolos para actuar en diversas circunstancias.

Casi toda actividad tiene establecidos procedimientos que deben ser aplicados con rigor en el ejercicio de la misma.

No obstante, entre quienes optan por hacer de la política su oficio, o ejercer como servidores públicos, no son muchos quienes se ocupan de estudiar e incorporar en sus actuaciones los protocolos establecidos para la actividad. Los comportamientos de muchos de ellos así lo evidencian.

Ser elegido o nombrado para ejercer un cargo público es un honor que además conlleva retos y el compromiso de representar muy bien, donde quiera que vaya, las veinticuatro horas del día, a la Institución y a una colectividad.

Lo anterior implica que, además de los conocimientos técnicos sobre los temas de su competencia, deberá saber comportarse a la altura del cargo y ofrecer una imagen positiva del mismo; por eso es importante que conozcan y practiquen al menos algunos aspectos básicos del Protocolo.

Sorprende escuchar cuando un funcionario público dice: “Conmigo nada de protocolos”, “Nada de protocolo en ese evento”, o “A mí no me gusta el protocolo”. Con ello sólo deja ver que no tiene claridad sobre lo que significa ese concepto, particularmente en el ámbito del sector público, en el cual aplicarlo no es una opción sino que inclusive está regulado por normas de obligatorio cumplimiento. Muy posiblemente quien se expresa como anoté antes, lo que quiere decir es que prefiere la informalidad, que son dos cosas muy distintas.

Aún cuando sea una persona muy informal, es inaceptable que diga semejantes cosas. Es obvio que no es posible que en un acto público al Gobernador o al Alcalde los ubiquen en la tercera o quinta fila, que escuchen el himno nacional sentados, que mencionen al Arzobispo por su nombre de pila o que decoren el salón con la bandera en forma de moño, cortina o mantel… como a veces lo hacen.

Es imperativo entonces, que se tenga claro qué es Protocolo, para qué sirve y cuándo se usa. Y, de paso, corregir la idea de que es sinónimo de algo tieso, acartonado o rebuscado. Es muy grande la utilidad que tiene para un funcionario el saber cómo desenvolverse con solvencia en las actividades de su cargo; el hacerlo le quita presión y contribuye a ofrecer una buena imagen, lo que es vital en estos casos.

El Protocolo Oficial se refiere sencillamente a la organización, comportamientos y respeto debido a ciertos símbolos especialmente apreciados por la comunidad. Muchos de ellos se precisan en normas que el Gobierno ha emitido para asegurar el trato respetuoso y adecuado para las personas que lo representan en todo nivel. Establece las precedencias de quienes forman parte de él, facilita la organización de los eventos y dice cómo es el trato que se debe dar a otras autoridades o a visitantes y que tengan determinadas dignidades.

Como lo anoté antes, aplicar el protocolo no es una opción personal sino una obligación que no debe entenderse como una carga molesta, sino como una gran ayuda para facilitar la convivencia. Por el contrario, no saberlo, le puede llevar a cometer imprudencias que con certeza le harán sentir incómodo y le generarán críticas ácidas que hubiera podido evitar. Y si usted no sabe de protocolo, no hay problema, acepte con humildad que tiene ese vacío y haga lo procedente para conocerlo, no sabotee su imagen, ignorarlo con arrogancia solo le puede acarrear problemas.

Y si usted es candidato a cualquier elección o cargo, tome nota con especial atención sobre este asunto, pues estará en la mira de quienes simpatizan con sus propuestas y también de quienes las rechazan, que aprovecharán cualquier falla para magnificarla y descalificarle.

*Asesora y formadora en Desarrollo de Habilidades Sociales y Productividad Personal.

Credito
MARTHA CRUZ

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