¡No más indiferencia!

JORGE CUÉLLAR - EL NUEVO DÍA
En infrahumanas condiciones se encuentran viviendo dos humildes familias en un rincón de la capital tolimense. Los protagonistas de esta historia claman por un lugar digno para vivir y un subsidio que les permita alimentarse.

Las familias Pineda y Jiménez no tienen ningún vínculo de sangre, peros sus historias se entretejen: ambas comparten el mismo barrio y viven de  la misericordia de personas de buen corazón, sin dejar de mencionar  las precarias condiciones en las que se encuentran.

La primera pareja de adultos mayores dedica sus últimos años de existencia a criar  a sus nietos, en lugar de ser cuidados por ellos. El otro núcleo familiar del que ya no queda sino el hombre de la casa, también vive su propia historia. Él es víctima de una trombosis y afronta a diario los golpes ocasionados por su propio hijo, quien sufre de esquizofrenia.

Así, en medio de una complicada situación económica y en difíciles condiciones de salubridad, conviven en el barrio Calucaima de Ibagué las dos familias compuestas por miembros de la edad dorada. A ellos,  infortunadamente, la sociedad los olvidó.

    
"Vivimos de la caridad"

Valentina Lazo de Pineda es una 'chaparraluna' de 73 años de edad, a quien la falta de oportunidad y las presiones de un grupo al margen de la ley la obligaron abandonar su familia y su tierra natal, para establecerse en Ibagué.     

En su paso por esta ciudad se ganó la vida como empleada doméstica y en uno de esos trabajos conoció a Alirio Pineda, su esposo y eterno compañero, a quien la artritis lo tiene discapacitado y atado a una cama.

"Cuando yo llegué de Chaparral me tocó muy duro porque no conocía a nadie. Empecé a trabajar en casas de familia y a andar de un lado para el otro. Luego conocí a mi esposo, él trabajaba en arroceras, y entre los dos fuimos sacando adelante a nuestros hijos. Pero por más que trabajábamos no logramos juntar para comprar un casa", comentó Valentina.

La modesta vivienda, en donde han pasado los últimos dos años de sus vidas, la construyeron en el rincón de una arrocera. Allí, con tablas viejas, plásticos y cartón levantaron su 'ranchito'.

"Álvaro Rengifo, el dueño de la arrocera, nos dejó hacer este cambuche. El problema que tenemos ahora es que él ya murió y los hijos nos quieren sacar. Nosotros pagamos 45 mil pesos por ocupar el lote, pero no tenemos servicios públicos, el agua la cogemos de los desechos de los cultivos de arroz, a punta de vela alumbramos y las aguas negras las vertemos al caño que pasa por la parte de atrás", agregó la mujer.

Valentina tiene algunos quebrantos de salud pero, según dijo, lo que más le preocupa son las actuales condiciones de su esposo, ya que la inflamación en sus articulaciones le impiden caminar. La protagonista de esta historia también mencionó que de sus siete hijos tan solo dos de ellos están pendientes y les colaboran económicamente. Aunque a cambio de ello la pareja de abuelos debe cuidar a sus nietas.

"Mis dos hijas nos apoyan con lo que ellas pueden, mientras nosotros cuidamos las nietas. Ellas son nuestra compañía y aunque no nos molesta hacerlo, nos preocupa que las niñas tengan que tomar y bañarse con agua contaminada, pues aquí no hay forma de recoger un líquido en condiciones normales. En varias ocasiones ellas se han enfermado por dicha situación", concluyó Valentina.

"Soy viudo y mi hijo me golpea"

A escasos metros de la casa  de los esposos Pineda vive Germán Jiménez, de 80 años de edad. A él se le murió su esposa hace ocho meses, quien era la responsable de sostener los gastos de la casa. Sus hijos se encuentran enfermos, no trabajan y como si fuera poco, uno de ellos suele pegarle, porque en ocasiones la esquizofrenia lo domina.

Para este abuelo, "la vida le está pasando una mala jugada". Una trombosis lo dejó sin posibilidades de laborar y lo obligó a permanecer en cama.


En cuanto a sus dos hijos una de ellos, Olga Jiménez, se debate entre la vida y muerte, por un problema en los riñones. Entre tanto, Édgar padece de ataques de esquizofrenia, enfermedad que lo pone violento, especialmente cuando por circunstancias ajenas a su voluntad no puede acceder a los medicamentos.

"Mi enfermedad ha ido empeorando; ya casi no puedo salir, porque la trombosis me tiene casi todo el cuerpo paralizado. Sumado a ello estoy mal de la cabeza, porque por momentos se me olvidan las cosas. Yo me ganaba la vida como celador, pero desde que caí en cama dejé de hacerlo.

"La que me ayudaba era mi esposa, Margarita Saavedra, pero ella se fue para el cielo y me dejó solo con los hijos. Ellos también están enfermos y sin ayuda por parte de nadie. La mayor ya casi no sale, porque los dolores no la dejan; mi hijo a veces sale a la calle a pedir, pero a veces se torna peligroso, por los ataques que le dan", mencionó el hombre.

Al igual que los miembros de la familia Pineda, Germán Jiménez le pide al Estado ayudas; en este caso no necesita una vivienda, pero sí de un subsidio para poderse alimentar. Por el momento los vecinos y conocidos son los encargados de llevarles comida.

Credito
ANA LUCÍA RIVERA Q.

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